El equipo de Omar De Felippe arrancó bien, pero cayó su nivel y terminó perdiendo. Es un equipo que muestra mucha fragilidad.

Es difícil analizar a Newell’s. Es complejo, inclusive para los futboleros. Y mucho más para De Felippe, y eso es lo preocupante. La Lepra está más para el psicólogo que para el preparador físico. No está en plenitud, pero el gran problema es mental. Se desestabiliza fácil, es emocionalmente frágil y los rivales se lo hacen pagar con goles y derrotas.

Un equipo tan emocional que mejora con el impulso de la gente. Y no podía pasar inadvertida la presencia de Mauro Formica. El Gato fue una inyección de ánimo para todos. Y a diferencia de los tres partidos anteriores, Newell’s no sufrió un gol tempranero. Todo un avance.

Formica puso la pelota al piso y le dio juego al equipo. Fue claro, simple, inteligente. Encontró buenos socios en Figueroa, Rivero, Bittolo, hizo jugar bien a todos. Y el equipo puso la balanza del partido a su favor. Y lo ratificó en la red con un penal que consiguió Leal por persistente y convirtió el Gato por obstinado, al no resignarse tras la atajada con rebote en el palo de Lucchetti.

Emocionalmente Newell’s transitó 40 minutos impecables, pero le costó trasladar al marcador una diferencia que era mayor a un gol.

De pronto, le dio un síncope. Se nubló. Se paralizó. Y de un lateral, Atlético armó un gol. Durmió Piris, Fontanini quedó inmóvil y Matos castigó de cabeza. Mazazo que el equipo sintió más de lo imaginado. Y se fue al vestuario con cabezas gachas. Golpeado.

No alcanzaron 15 minutos para arreglar una cabeza indescifrable. Y De Felippe pareció contagiarse y modificó la posición de Fertoli con Figueroa, que era el mejor socio de Formica. Fertoli estaba en una noche pifiada irremontable, y la variante táctica del DT borró a Figueroa del partido. Lo cambió de punta y desapareció.

El descompensado Newell’s empezó a sentir el cansancio de su cerebro, del único que podía darle claridad. Formica empezó a regular, aunque así y todo nunca dejó de darle valor a su presencia, pero el equipo aflojó, se obnubiló, y en su inestabilidad mental entendió que debía salir a matar o morir sin importar las consecuencias. Atacó sin claridad y se expuso atrás. El medio avisó que cada corrida del rival de contra podía ser mortal. Pero no importó. Fue y fue a buscar el triunfo aliviador, sanador, necesario, pero chocó contra su impotencia y el rival aprovechó una defensa tambaleante para liquidar el pleito.

El final mezcló impotencia, bronca, desánimo, preocupación. De Felippe sabe que el termómetro son los jugadores. Pero anoche el equipo volvió a tener fiebre. Y ya son cuatro semanas sin encontrar el remedio. Y es lógico que no se recupere. Es que este Newell’s está para un psicólogo, porque el problema está en la cabeza.