Cuando Nicolás Acosta era un nene y lo llevaban a ver partidos de hockey tenía una costumbre: esperar a los jugadores detrás de un vallado para que le firmasen un autógrafo. Lo hizo una vez, lo hizo decenas de veces. Espero minutos, espero horas. Y como en alguna ocasión no había mucho a mano, el cartoncito de la entrada siempre era una buena opción para que algún ídolo estampara la firma que iba a quedar de recuerdo. Este domingo, cuando Los Leones visitaron Rosario y fueron locales en el marco de la Pro League, con triunfo por 3 a 2 sobre España, a Nicolás le tocó estar del otro lado de ese vallado. Esta vez fue a él (y los otros chicos) a quien le retumbaron los oídos de gritos desesperados, cual estrella de rock. Y a él le tocó sacarse decenas de selfies y firmar autógrafos. A más de uno se lo estampó en el cartoncito de la entrada.

El Tero, rosarino de 22 años, tuvo su bautismo de oro con el seleccionado mayor. Si bien en la Pro League había debutado dos fechas antes, en la gira por Nueva Zelanda y Australia, jugar por primera vez como local y en la ciudad en la que nació significó para él un sueño hecho realidad. Nicolás, dueño de una historia muy particular,c compartió con Ovación, en exclusiva, todo eso que sintió el domingo. En los días anteriores contó qué imaginaba, esta vez cómo lo vivió. «Fueron tantas emociones que no puedo definirlas con una sola palabra», arrancó el Tero, quien llegó a la I-Zone del Mundialista más de una hora después de finalizado el encuentro. Todos lo querían saludar: «Por un momento se me puso la piel de gallina, yo también estuve del otro lado», relató el León de la jornada.

—¿Qué se siente?

—Emoción, satisfacción, felicidad… Fueron tantas las emociones que no puedo definirlas con una sola palabra. La verdad es que se me cumplió un sueño, encima de manera ideal, ganando. Me preguntabas en la previa si firmaba un 3-2 y te lo firmaba.

—Sin embargo parecía que la tarde arrancaba torcida.

—Parecía. Pero te puedo asegurar que tenía fe de que lo íbamos a dar vuelta, porque tenemos esa característica también. Somos muy aguerridos y sabemos que el hockey internacional se define en los últimos cuartos. Estábamos en desventaja de 0-2 pero lo supimos revertir en el último cuarto.

—¿Tu primera vez entrando al Mundialista con la camiseta argentina se dio como lo imaginabas o te superó?

—Lo empecé a sufrir desde que me subí al colectivo en el hotel. Llegar hasta el estadio se me hizo larguísimo, un viaje eterno. Miraba por la ventana y pensaba cuánto más, cuánto falta. Llegué y empecé a ver a toda la gente… Encima arranqué de suplente.

—Pero sabías que más o menos a los 7′ entrabas…

—Estaba feliz, sabía que a los 7′ entraba y así fue.

—De afuera se te vio tranquilo y suelto. ¿Lo sentiste igual?

—¿Si, no? Es que en la primera bocha que toque, el español me hizo falta, le sacaron tarjeta, seguí… Entré con el pie derecho. Además los chicos te superacompañan y están todo el tiempo alentando. Tanto en el banco como en la cancha, que no tengas miedo, que vayas para adelante. Y claro, cómo no me voy a animar. Tengo a toda mi gente ahí cerca mirándome, a los chicos que me apoyan, tengo que jugar tranquilo.

—Hacia el final del partido estabas muy tirado en ataque, ¿te lo pidió el DT o eran tus ganas?

—No me lo pidió pero faltaban 6′ y me dijo que fuera de 9 a correr a los dos centrales. Y es una de mis características, a mí me mandás a correr y estoy feliz. Quedarme quieto me cuesta. Fui a la búsqueda de ese gol que no se dio por poco, pero estoy contento.

—Los Leones tienen como objetivo del año ir a los Juegos Panamericanos (en julio) con el mejor equipo para conseguir la clasificación a los Juegos Olímpicos. Pero hoy están también metiéndose en ronda de definición de la Pro League (cuartos). ¿Cómo lo ves?

—Obviamente queremos jugar esas semifinales de Pro League ahí en Holanda, vamos por el buen camino. Hay que aguantar, es un torneo duro. El DT quiere ir a los Panamericanos con el mejor equipo posible y nosotros, los más chicos, la vamos a pelear, se la queremos hacer difícil.

—Tardaste más de una hora en salir de la cancha y pasar los vallados, ¿cómo te atravesó ese momento con el público?

—A mi me tocó estar del otro lado y en un momento estaba firmando una entrada y dije «yo también hacía esto». Me trajo recuerdos, ahora estando de este lado se me puso la piel de gallina, como cuando sonó el himno.

—¿Sigue sorprendiendo todo lo que se genera alrededor de Leonas y Leones, esa euforia cuando terminan un partido?

—Sí, totalmente. Aparte el resultado acompañó, fue eufórico al final (lo dieron vuelta en el último cuarto), dejó a todo el mundo con mucha energía. Y cuando salís de la cancha la gente sigue con esa euforia. La verdad es que los felicito. Estuvieron en el partido de Las Leonas (el primero de la tarde) y para el nuestro no se movió nadie, seguían todos ahí. Después esperando por una firma o una foto. Esto está buenísimo.

—¿Con quién de la familia te abrazaste primero?

—Con mi mamá (risas).

Una historia rápida y sencilla dirá que Nicolás Acosta se inició en el hockey a los 5 años, en el Club Provincial, cuando llegó a una práctica a alcanzarle una bocha a su hermana Julieta, que se la había olvidado en casa. Dice que se enamoró de ese deporte y que fue en ese club donde aprendió a jugar, con un par de amigos y en la categoría en la que lo hacía su mamá Patricia. Luego, inició las prácticas formales con los varones. Cuando el hockey de caballeros se disolvió allí, pasó a Jockey, donde fue becado. Desde entonces viste la camiseta del verdiblanco, aunque también tuvo dos períodos compitiendo en Bélgica, donde se hizo de experiencia internacional.

El Tero Acosta jugó en los seleccionados de Rosario, en todas las categorías, aunque tuvo un período en el que no practicó porque debió enfrentar una prueba bien difícil: un cáncer (sarcoma de Ewing) que se le alojó en la cabeza cuando era adolescente. El dice que el hockey lo «salvó» de aquel momento, porque en lo único que pensaba era en jugar. De hecho, los fines de semana escondía el bolso con palos en el baúl del auto de algún amigo y hacía con ellos el calentamiento previo. Eso sí, les prohibía que saquen fotos o las suban a cualquier lado, sólo su papá era cómplice de esa aventura. A veces les pedía a los médicos que le adelanten sesiones de tratamiento para llegar con pilas al día de partido. «Never give up», dice en su brazo derecho («Nunca te rindas»), y es un tatuaje que eligió poner en un lugar estratégico, que ve cada vez que lo extiende para trasladar la bocha.

Siempre soñó con vestir la albiceleste. Admiró que su hermana Julieta lo hiciera con Las Leoncitas y la emuló. Jugó en juveniles y con el Sub 21 fue campeón paramericano. Eso lo llevó al Mundial de la categoría en India, en 2016.

Desde el año pasado es convocado por el entrenador Germán Orozco y entrena con Los Leones, junto con otros chicos de su edad que protagonizan el recambio generacional. Ganó la medalla de oro en los Juegos Odesur de Cochabamba, con varios jugadores de esa camada 2016, pero el verdadero debut grande con el seleccionado mayor lo tuvo hace tres fechas en la Pro League, en Nueva Zelanda. Este domingo, en Rosario, fue el protagonista de la tarde que lo vio siendo el primer rosarino varón en jugar en el Mundialista con la camiseta nacional. La primera mujer fue Luciana Aymar, su ídola indiscutida. El camino sigue. Y en él, el Tero Acosta quiere seguir levantando vuelo.