Las imágenes recorrieron el planeta: 39 mil hinchas de Colón, de Santa Fe, se adueñaron de las tribunas en el estadio la Nueva Olla y animaron una fiesta plena de emoción, mientras en el campo de juego Los Palmeras entonaban una adaptación de la canción el Parrandero. El éxtasis del público sabalero se diluyó con el temporal que provocó el retraso del inicio del partido y la derrota frente a Independiente del Valle, de Ecuador, en la final a partido único de la Copa Sudamericana 2019, resultó el primer acto del desencanto, el comienzo de un futuro oscuro y revuelto: 105 días después de aquel trago amargo, Colón cayó en puestos de descenso de la Superliga. Una situación que tuvo su origen antes del episodio en Paraguay, pero que nadie logra corregir.

«Hicimos todo mal, con el primer gol se terminó todo. Tuvimos errores muy marcados y de esta manera es muy difícil. Nos alcanzaron y nos superaron los que estaban atrás. Hay que trabajar mucho y entender lo que nos estamos jugando», advirtió el director técnico Diego Osella, consumada la estrepitosa caída 4-0 frente a Newell’s, el sábado pasado. El entrenador conduce el segundo ciclo en Colón y no quiere repetir la experiencia del torneo Final 2014, cuando en un partido desempate con Atlético de Rafaela perdió la categoría. «No me puedo meter con la impaciencia de los hinchas, entiendo que quieran resultados, pero está claro que los problemas de Colón no arrancaron conmigo, es de arrastre», la lectura del presente que ensayó el DT.

El análisis de Osella es una verdad a media. Con la Copa Sudamericana como eje, los resultados en la actual Superliga no fueron auspiciosos antes de su llegada: 10 derrotas, un empate y cinco triunfos. La salida de Pablo Lavallén y su contratación no modificó el status en las estadísticas -tres caídas y dos igualdades-, aunque la tabla de los promedios ahora condena al sabalero y la crisis explota en situaciones extrafutbolísticas. La deuda por premios y sueldos provocó el primer estallido en la pretemporada y enseñó desavenencias en el grupo: el defensor Guillermo Ortíz encendió el reclamo y el capitán Luis Pulguita Rodríguez le quitó dramatismo, aunque admitió la existencia del atraso económico. El zaguero cambió de aire y firmó con Atlético Tucumán.

Disgustados por la campaña y con el pedido de cobro, integrantes de la barra brava visitaron al plantel. Como advertencia, habían colgado pasacalles en contra de los jugadores y de los dirigentes. El presidente José Vignatti minimizó el acto intimidatorio, al que calificó como «hecho aislado». Pero los violentos sostuvieron la postura y antes del estreno como local en 2020 [0-1 con Banfield] aparecieron pintadas en el playón de ingreso al estadio.

Para reforzar el grupo, Colón sumó en el reciente mercado de pases a Lucas Viatri, Bruno Bianchi, Rafael García, Rafael Delgado, Agustín Doffo y Brian Fernández, el jugador-hincha. Pero la contratación del delantero estrella se convirtió en un problema: se ausentó de entrenamientos, señaló que fue amenazado con una pistola, insinuaron rescindirle el vínculo, fue separado del plantel y volvió a practicar con sus compañeros. Todos en un mes, como si su compleja situación personal reflejara la actualidad del club.

Colón necesita frenar la rodada. El viernes recibirá a Boca y se presentará como árbitro en la definición de la Superliga: de quitarle puntos a los xeneizes podría apuntalar la vuelta olímpica de River, aunque el beneficio más grande será el propio.

Por: Alberto Cantore