Por Ezequiel Fernández Moores
El himno nacional comienza a sonar en el Levi’s Stadium en Santa Clara. «Sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes». Todos de pie. No Colin Kaepernick, que vuelve a arrodillarse. Seis de sus compañeros en los San Francisco 49ers acompañan el gesto de protesta. Cuatro de ellos levantan el puño derecho. La tercera parte del himno nunca se escucha. «Ningún refugio -dice su letra- salvará a los mercenarios esclavos del terror de la huída o la oscuridad de la tumba». Celebra la muerte de los miles de negros esclavos que, en la guerra de 1812, aceptaron pasarse al bando británico a cambio de su libertad. El abogado Francis Scott Key, autor de la letra, tenía su propia dotación de esclavos. Sucedió el último domingo. Los 49ers pierden su partido de Santa Clara contra los Cowboys. Kaepernick, que dos días antes, había condenado el enésimo caso de brutalidad policial que provocó la muerte de un ciudadano negro, queda relegado otra vez de suplente. El himno, como siempre, suena en todos los partidos de la National Football League (NFL). El 70 por ciento de los jugadores de fútbol americano son negros. El 83 por ciento de los hinchas son blancos. En el estadio Foxborough, en Massachussetts, un hincha de los Patriotas de New England se para cuando comienza en el himno. Mientras canta, pisa una camiseta con el nombre de Kaepernick.
Hasta la tenista Serena Williams confiesa el miedo que sintió cuando iba en su auto con su sobrino de 18 años, que estaba al volante, y vio a un policía. «Estamos en 2016. ¿Por qué tengo que pensar esto?». La tenista cita a Martin Luther King («llega un momento en el que el silencio es una traición»). Y avisa: «no me quedaré callada». El gesto de Kaepernick tiene cada vez más seguidores. Y no sólo dentro de la NFL, donde la policía amenaza con retirar su seguridad si las patronales de los clubes no frenan a los jugadores. También escuchan el himno arrodillados equipos de fútbol infantil, de Universidades y del basquetbol femenino de la WNBA. La jugadora de fútbol Megan Rapinoe, primer deportista blanco que imita a Kaepernick. Músicos que ejecutan arrodillados el himno nacional. Porristas. Kaepernick, escribió el periodista Wesley Morris, afirmó que seguirá arrodillándose mientras siga la injusticia social en Estados Unidos. «A él le preocupa el país. A mí -ironizó Morris- me preocupan sus rodillas». Los críticos señalan que Kaepernick ofende al himno y a los miles de policías y soldados estadounidenses muertos. Eligen enojarse con su gesto. Así omiten su denuncia.
Al establishment le preocupa qué harán los jugadores de la NBA, cuyo campeonato oficial comienza dentro de veinte días. «Creo que algo ocurrirá.Personas negras son asesinadas indiscriminadamente en todo el país», avisa Steve Kerr, técnico blanco de los Golden State Warriors, que juegan a cuarenta minutos del Levi’s Stadium. «Los blancos nunca lo hemos vivido. Yo nunca tuve que decirle a mis hijos sobre cómo actuar cuando un policía te para», dice Gregg Popovich, el técnico de Manu Ginóbili en San Antonio Spurs. Seis semanas antes de que Kaepernick iniciara su protesta, LeBron James, abrió un tradicional programa de premiación de la ESPN con el reclamo de Black Lives Matter contra la brutalidad policial que mata negros: «Hay cuerpos en las calles». Igual que Serena con su sobrino, James está preocupado porque su hijo también manejará un automóvil. Carmelo Anthony, que lo acompañó en la protesta junto con Duwayne Wade y Chris Paul, ayudó a organizar foros en Los Angeles para debatir el tema. «Lo que decidamos hacer -avisa- se hará en equipo». «No se trata de quién levanta el puño, se arrodilla o se para. Es ver qué hacemos ante el mensaje de Kaepernick», dice Stephen Curry. La NBA, mucho más política desde que Adam Silver sucedió al comisionado David Stern, acordó diálogo en común con sus jugadores. Pero, a diferencia de la NFL, impone un reglamento que obliga a «respetar» el himno. Suspendió así a la estrella musulmana de los Denver Nuggets, Mahmoud Abdul-Rauf, cuando en 1996 no se paró ante el himno. El viernes pasado, Kaepernick se fotografió con Abdul-Rauf.
Objeto de odio en foros y columnistas de radio y TV, Kaepernick verá el domingo sin mucho entusiasmo el nuevo debate entre Hillary Clinton y Donald Trump. En el primero, afirmó, ambos «parecían debatir quién es menos racista». «Trump siempre dice ‘hagamos otra vez grande» a Estados Unidos. ¿Otra vez? Estados Unidos nunca fue grande para su población negra». Kaepernick no es políticamente correcto. Y no pide paz, sino justicia. Que los policías que asesinan vayan presos. Barack Obama no le dice que se vaya a vivir a otro país, como hizo Trump. Pero le pide que, antes de arrodillarse con el himno, «escuche el dolor que puede causar a alguien que, por ejemplo, tenía una esposa o un hijo que fue asesinado en combate». Obama invita a la Casa Blanca a Tommie Smith y John Carlos, los atletas negros echados de por vida del movimiento olímpico por subir a un podio de los Juegos de México 68 levantando el puño del «Black Power», un gesto «polémico -les dice el presidente-, pero que despertó las conciencias». Obama recordó también, en la misma ceremonia, a Jesse Owens, campeón en los Juegos de Hitler del 36, pero que tampoco fue recibido en la Casa Blanca al volver de Berlín, porque era negro. En 1968, el gobierno de Estados Unidos había enviado a Owens a que persuadiera a los atletas negros a que no hicieran gestos de protesta en los Juegos de México. Meses antes, habían asesinado a Luther King.
El último 11 de setiembre, décimoquinto aniversario del ataque a las Torres Gemelas, la NFL, habitual santuario patriótico, vivió su «día Kaepernick». Imitaron el gesto de Kaepernick, unos arrodillándose, otros levantando el puño, jugadores de New England Patriots, Tennessee Titans, Kansas City Chiefs y Miami Dolphins. Deportistas blancos expresaron plena solidaridad. Otros avalaron la protesta, pero no el método. A ellos, un artículo les recordó la «Carta desde una prisión de Birmigham». Luther King, su autor, afirma que, para el movimiento negro, hay algo peor que el Ku Klux Klan. «Los blancos moderados más devotos del orden que de la justicia y que siempre le aconsejan al negro que aguarde un momento mejor». La TV, que paga 4.600 millones de dólares que los 32 equipos de la NFL reparten de modo equitativo, avisa que está registrando sus peores ratings de los últimos años. Los aficionados, interpretan algunos, «se están cansando» de que la política, en medio de la tensión Hillary-Trump, haya «invadido también a su deporte favorito».
«The Star-Spangled Banner», nombre del poema de Key, comenzó a sonar en el deporte de Estados Unidos a mediados del siglo 19, antes de convertirse en 1931 en el himno oficial de Estados Unidos. La Primera Guerra Mundial, contó Sam Borden en The New York Times, fue el gran despegue. La canción sonó en el primer partido de las Series Mundiales del béisbol de 1918 entre los Cubs y los Red Sox. Fue un éxito. Pasó a escucharse en cada uno de los partidos de béisbol durante la Segunda Guerra. Las demás Ligas copiaron el rito. El «fútbol-macho» de la NFL es su mejor expresión. El SuperBowl es su catedral. Hoy, según Zack Beauchamp, la cultura millitarista de la NFL ha hecho del patriotismo del himno, de los «valores de la nación», una marca comercial más. «El himno como un jingle», escribió Michael Oriard. La última interpretación de Lady Gaga fue un éxito enorme. «Meter el himno antes de cada partido doméstico, algo que no sucede en ningún otro país, no es apolítico, porque el patriotismo -afirma Beauchamp- no es apolítico». El problema, claro, sucede cuando llega un tal Colin Kaepernick y, cada vez que escucha el himno, decide seguir arrodillándose.
GOIJMAN: El vóleibol argentino recibe con alfombra roja al brasileño Ary Graca. Será reelegido por ocho años como presidente de la Federación Internacional (FIVB) en el Congreso que inicia hoy en Buenos Aires. Un honor para el vóley argentino, que ya fue sede -destaca la Federación Argentina de Vóleibol (FEVA)- de los Congresos y los Mundiales de 1982 y de 2002. Mario Goijman, el dirigente que, tras la crisis del país en 2001, arriesgó su dinero personal para el Mundial 2002, lleva años arruinado. Sus denuncias ante la justicia suiza desnudaron el sistema reglamentado de comisiones corruptas que regía en la FIVB. Graca, que comandaba entonces la Federación de Brasil, fue uno de los principales impulsores de su caída. El deporte argentino incumple una deuda eterna con Goijman. Es indigno.