Tras la traumática experiencia de perder tres finales, el grupo acepta que solo el título en Moscú curará tantas heridas; el mensaje de Messi es el más radical: será un reencuentro con gloria o la triste despedida.
lguna vez los atrapó el pánico y palidecieron. No hace tanto, cuando deambulaban por las rutas sudamericanas y desembarcar en el Mundial 2018 se había vuelto una espeluznante odiosea. «Tenemos que salir de esta mierda. El problema es de la cabeza», confesaba Lionel Messi. Azotados por la presión. Pablo Zabaleta, compañero de desventuras de la mesa chica, supo resumirlo con cruel sinceridad: «Perder tres finales nos provocó un gran daño psicológico». Se desató un alocado desahogo cuando se escaparon de las fauces del león en aquella noche de Quito. Una nerviosa celebración que no hablaba del logro deportivo, sino de la lapidación de la que se habían escapado.
En los meses siguientes confesaron que sufrieron. Mucho. Solo por dar un ejemplo, Sergio Agüero llegó a relatar que no ir a Rusia hubiese sido lo más doloroso de sus carreras. Hasta de sus vidas, agregó. Ángel Di María buscó ayuda y aceptó hacer terapia: «Psicológicamente me mataba pensar que ya no me daba para estar en la selección», admitía en una entrevista con la nacion.
El cuerpo técnico de Sampaoli, al aterrizar de emergencia, no leyó correctamente el escenario anímico de la selección. Era más grave de lo que se habían imaginado. Tardaron en mensurar el bloqueo emocional. Lo confirmaron cuando advirtieron que varias mentes quedaban encarceladas en oscuros laberintos emocionales, y ahí el juego se nublaba. En crisis, decidían mal. Tanto, que optaron por licenciar a alguno. A Gonzalo Higuaín, especialmente.
Ya pasó. Pero el Mundial removerá deudas y urgencias. Un país volverá a exigir el premio mayor. Entonces, ¿podrán convivir con el peso de tres finales perdidas? ¿Cuántas veces más este grupo activará la resiliencia, esa capacidad para volver a levantarse del fango? Sampaoli comenzó a insistir desde una realidad inocultable: aprender a convivir con el miedo, pero nunca al precio de renunciar a la rebeldía. Aceptaron el reto y resolvieron doblar la apuesta. Lionel Messi, en su carácter de dueño de la selección, entendió el desafío. Y como hace en la cancha, empujó los límites: «Es ahora o nunca, porque no habrá otro Mundial. Hay que pensar que éste puede ser el último o que será el último».
Aunque el propio capitán no incluyó a la Argentina en el lote de los candidatos al título, se autoimpuso consagrarse en Moscú. Subió la vara al máximo escalón. ¿Como una estrategia? No. Es lo que siente y así lo transmite. Hasta un punto que parecería sin retorno. Ya lo había anticipado: «Si nos va mal tenemos que desaparecer todos de la selección. Va a ser muy complicado que siga alguno porque ya son muchos años que estamos acá». Una derrota activará la despedida de una generación que pisa o hasta supera los 30 años. Mascherano ya lo reveló.
Solo les queda una bala
Cambió la táctica: eligieron tomar la iniciativa y apostarlo todo. Ya no se tratará de ir paso a paso. Ni de llegar a la última semana de la Copa ni de volver a jugar otra final del mundo. Esta vez no habrá Rubicón por cruzar, Sabella dixit. No. El séptimo partido deberá saldarse con un triunfo. «Sabemos que este es el Mundial, en el siguiente podés estar o no. Este es a todo o nada. Si no ganamos nos tenemos que ir, ya estamos grandes. La deuda solo se paga con el título», sumó Agüero. Esta vez la mirada apocalíptica parte de los propios jugadores. ¿Contaminados por el ambiente, contagiados por la frustración colectiva? Casados de comer mierda, optaron por desnudarse. Y exponerse: solo les servirá ganar. Los traumaba la derrota porque los obsesiona la victoria. Se lo gritan a quien los quiera oír. Les queda una bala, no se engañan.
Muchos integrantes del plantel le temen al mandato social que eleva y condena en función de ganadores y perdedores, pero es una batalla perdida. Sienten y saben que los hinchas, la crítica, no tolerarán otro subcampeonato. ¿Pueden torcer ese mandato perverso que no repara en méritos o injusticias? No. ¿Entonces? Se juraron inmolarse tras el título. Por ellos, por nadie más, con ese dejo de rencor que fueron amasando. Necesitarán una fría valentía para avanzar aunque la cabeza esté zarandeada por el miedo. Ya estuvieron en la puerta del destierro y ese fue su mejor entrenamiento.