La duda asaltó cuando nadie se lo esperaba y se extenderá hasta poco antes del amistoso con España: el capitán volvió a sentir molestias en el aductor derecho y no tendría sentido arriesgarlo; el peso de su figura decide cada paso del plantel
Le duele mucho, poquito, nada. Le duele. Mucho. Poquito. Bueno, le duele algo. Juega, seguro que juega. Juega pero solo 45 minutos, para no arriesgar. Tal vez juega. Difícil que juegue. No tiene sentido que juegue, que no juegue. No juega.
El aductor derecho de Lionel Messi vale un millón de especulaciones, que no se terminaron ni cuando el mejor futbolista del mundo se fue a dormir aquí, pasada la medianoche del lunes, a menos de 24 horas del partido entre la Argentina y España. A esta altura resulta imposible desarmar el sistema concéntrico que orbita alrededor del capitán. Si él es el depositario de las mayores responsabilidades, si sus compañeros lo esperan como a quien viene a salvarlos, si el entrenador le confiere el poder sobre el colectivo, ¿cómo no vivir a expensas de, en este caso, una molestia muscular? Ya no podrá Messi correrse de ese lugar, si es que se lo propusiera. Para lo bueno y para lo malo, ocupar ese rol -¿lo exige?, ¿lo necesita?, ¿lo disfruta?- lo pone de cara a situaciones así: había que ver el revuelo nervioso que atrapó a todo el ecosistema de la selección a la hora de la cena en el hotel Eurostars Madrid Tower, cuando el rumor sobre su posible ausencia en el partido creció como un río dispuesto a llevarse todo puesto.
Pero no era el agua del Manzanares, que pasa por la capital española, el que sonaba. Lo que generaba susurros y cavilaciones nerviosas era el comentario del propio jugador, a la vuelta de la práctica en la que había participado normalmente. «Me molesta», refirió, y entonces se activaron las alarmas. La idea de Jorge Sampaoli fue la misma que tuvo desde que comenzó la gira: si no se siente seguro, que no juegue. ¿Qué tiene que demostrar? ¿Revertir su historial personal contra la selección que lo quiso tener y él rechazó tantas veces para cumplir su deseo de jugar para la Argentina? Una nimiedad. «No hay que exagerar, quizás se siente bien cuando se levanta y decide jugar. Mejor esperar», razonaba ya de madrugada una persona del círculo íntimo del crack. Con esa incertidumbre se fueron todos a la cama, después de haber trabajado dos días con Messi como amo y señor del equipo que craneó Sampaoli para enfrentar a «la mejor selección del mundo», según su propio ranking.