El crack argentino se siente responsable del pálido empate del debut. Busca reivindicarse.
Es que la ilusión había volado más alto que la erupción de un furioso volcán islandés. Cómo no le va arder como un río de lava corriendo por las venas la frustrante presentación en Rusia de la Selección y, personalmente, su actuación bastante lejana a su realidad futbolística. «Me siento responsable», fue la frase con la que Lionel Messi expuso su sentimiento de culpa después de errar el penal que hubiera puesto a la Argentina 2 a 1 en el segundo tiempo. La cabeza gacha, mirando el celular ya arriba del micro que lo devolvió a la tranquilidad y privacidad de la concentración de Bronnitsy, fue la muestra del lastre que carga y que cuando las cosas no salen bien lo tira hacia subsuelos oscuros y deshabitados.
«Es un ganador y si no gana le pasa eso», le cuenta a Clarín alguien de los que más tiempo lleva junto a él en la Selección. No puede evitarlo. Le surge y ya. Le brota desde adentro. Es una sensación de bronca e impotencia que envenena el ánimo. Tal vez sea la misma que lo llevó a decir que su historia celeste y blanca estaba terminada tras perder la tercera final consecutiva en 2015. Le dura un tiempo. El tiempo que tarda en masticar, tragar y digerir esa pasta amarga llamada desazón.
Hasta que se da cuenta que la revancha siempre está ahí, esperándolo, extendiéndole la mano con el ticket para dar otra vuelta en el juego en el que es el mejor. Entonces el semblante cambia. El gesto serio, casi de vikingo malo con esa barba rojiza, se va distorsionando hasta derivar en una mueca más parecida a la del disfrute. En eso ayuda mucho su amigo y compañero de habitación, Sergio Agüero.
Ahí en el cuarto 221 del búnker albiceleste, Leo eligió refugiarse las horas posteriores a la calentura del sábado. Ahí, en el gimnasio y en la utilería, ese lugar mágico para muchos futbolistas. Para Messi, estar entre botines, sacos llenos de pelotas, respirando el aroma de las cremas para desinflamaciones musculares, tomando mates y charlando de todo es una terapia infalible.
El domingo fue de reflexión para el rosarino, que prefirió no mostrarse por las salas del complejo de Bronnitsy mientras casi todos sus compañeros recibían la visita de sus familiares en el Día del Padre. Él ya había saludado al suyo el sábado antes del estreno. Y luego tuvo el llamado de sus hijos a la distancia. Para nada ayudó a calmar la acidez interna leer algunos chimentos sobre su vida privada.
«No le gusta cuando le rompen las bolas con su vida íntima», cuentan desde su entorno. Y claro, a quién sí. El posteo de su mujer Antonela Roccuzzo dándole ánimo le sacó la primera sonrisa y le empezó a devolver el aliento. Su familia estaría llegando por estas horas a tierras rusas y se espera que estén en Nizhni Nóvgorod para el duelo del jueves ante Croacia.
«Leo está bien. Estuvo mal porque es un ganador nato», agrega otra fuente que comparte la delegación mundialista con el mejor del mundo. Y no duda: «Como todo campeón, cuando le dan revancha no vuelve a fallar, olvidate». En la misma sintonía estuvo Gabriel Mercado en conferencia de prensa: «A Leo lo veo bien, con ganas de revancha y de trabajar. No podemos quedarnos en el lamento».
Eso remarcan por estas horas desde el corazón de la casa argentina ubicada a casi 60 kilómetros del centro de Moscú: «No hay más tiempo para reproches, hay que mirar para adelante; la historia con Croacia va a ser diferente». Mezcla de anhelo, sobre todo arenga y algo de realidad, todos los consultados por este diario este martes han de andar por ese camino, el de dejar atrás la frustración, el de entender que en el fútbol se puede perder pero siempre hay que levantarse. Más en un Mundial, donde el tiempo no da tiempo a casi nada.
Messi estuvo mal. Golpeado en su ego. Enojado con él mismo. Y con los que hablan por él. Y ese sentimiento podría ser, vaya paradoja, hasta necesario para sentirse humano. Para tragar la angustia, hacer la digestión del pesado menú que tuvo a la culpa como plato principal y salir a la cancha de nuevo, liviano, liberado, acompañado. En busca de la revancha, con la bronca como nafta para su motor hecho de alma y de sangre, para que ahora sí arranque el mejor Leo en este Mundial al que llegó con ilusión como bandera.