Newell’s igualó sin goles ante Belgrano en Córdoba y mostró una imagen distinta a la que se suele ver cuando sale a jugar fuera del Marcelo Bielsa
Omar De Felippe se tomó la cabeza y miró al cielo con una mezcla de angustia e impotencia. Luis Leal acababa de perder su tercera chance de gol y Newell’s no podía trasladar al marcador la supremacía en cancha. No hay mejor manera de graficar lo sucedido este sábado en barrio Alberdi. La Lepra jugó su mejor partido del torneo, pero entre la impericia de Leal y las atajadas de Rigamonti se quedó con poco.
En realidad no fue tan poco. En la previa, el empate se miraba con simpatía. La tabla de promedios amenazaba con poner a la Lepra en juego y los hinchas ya empezaban a desempolvar la calculadora. Y la igualdad ante Belgrano significaba mantener siete puntos de ventaja, cualquiera firmaba terminar empardado.
La tensión del partido se palpaba en las tribunas. Mucho más en los bancos. Y Newell’s entendió el mensaje. Como nunca metió en el medio, estuvo concentrado y apretó al local contra las cuerdas. No lo dejó reaccionar, tiró y tiró en busca de un golpe de nocaut. Aunque en el medio Brunetta sacó un zapatazo intergaláctico y reventó el travesaño. Aviso para no confiarse.
Hizo todo bien Newell’s, o casi todo. Le faltó el golpe de gracia. Leal se empecinó en tirar fuerte al cuerpo cada mano a mano y Rigamonti se agrandó. Y tanta ineficacia contagio a Fertoli, que también hizo lucir al arquero local.
Después apareció el cansancio. Y la cabeza empezó a jugar su partido. Perder era una posibilidad, era tiempo de cuidarse y no arriesgar sin sentido.
Y el punto cobró valor. Porque al sumar y dividir, la cuenta fue positiva. Al fin y al cabo lo importante era no seguir en picada y evitar que los números de la tabla empiecen a escribirse en rojo.
De Felippe resopló, movió la cabeza resignado y emprendió el camino al vestuario. Y entre paso y paso se le vio una mueca, parecida a una sonrisa. Fue ahí donde entendió el valor del punto. Aunque en los números la Lepra siga en deuda.