El estadounidense Ernest Kling llegó a Buenos Aires con su pasión y los atletas lo buscan para cambiar insignias. Arrancó en Los Ángeles 1984 y ya acumula 12 Juegos Olímpicos. Dialogó con El Ciudadano y contó su historia.
No tienen precio. Pero su valor trasciende al Dios dinero. Los pins son uno de los tesoros más preciados de los Juegos Olímpicos de la Juventud. Todos quieren el suyo. Se compran, se venden y se intercambian. Hay banderas de países, íconos de los deportes y hasta mascotas de Juegos anteriores, mundiales y panamericanos.
Con los paños extendidos en el suelo, los coleccionistas de pins coparon la Villa Olímpica con el único objetivo de conseguir las insignias que no tienen y desprenderse de las repetidas. Son muchos. Y de varias nacionalidades. Aunque hay uno que resalta por sobre el resto. Se trata del estadounidense Ernest Kling, uno de los personajes más pintorescos del lugar, quien a lo largo de su vida llegó a recolectar más de 25.000 pins.
“Uno de los mejores es de Brasil, uno de los más populares, los chinos lo buscan mucho. Aunque mis favoritos son aquellos que tienen alguna mascota. Todos quieren cambiarme banderas, pero tengo todas así que se van decepcionados”, contó el hombre en diálogo con El Ciudadano.
Su pasión se desató en la ciudad donde nació y en donde se desarrollaron los Juegos Olímpicos en 1984: Los Ángeles. Desde allí participó de 12 Juegos Olímpicos, 2 Juegos Asiáticos, 3 Juegos Panamericanos y hasta Juegos Paralímpicos, lo que le valió el reconocimiento del Comité Olímpico Internacional (COI) con su club “The Olympic Club”.
“Yo era entrenador de básquet universitario en San Diego. Y en uno de los partidos contra el equipo de Michael Jordan estaba ayudando en el ensayo general previo y alguien se acercó y me dio un pin. Era el que diseñó Walt Disney para los Juegos. Enloquecí. Ese día compré todos los que encontré y cuando iba a los partidos se los intercambiaba a los jugadores”, agregó el coleccionista, quien se costea los viajes con las clases de tenis que da en su ciudad natal.
Fiebre por los pins
Desde las primeras horas de la mañana, hasta el cierre de cada jornada, los interesados negocian con los coleccionistas. Pueden pasar hasta media hora haciéndolo. Pero si consiguen el objetivo, exhiben orgullosos su nuevo pin con los demás atletas.
La locura de propios y ajenos por los pin es un clásico de los Juegos Olímpicos. Los de metal llegaron en París 1900, mientras la más temprana evidencia del intercambio de chapas e insignias se remonta a 1924, París por segunda vez, y fueron los deportistas los que implantaron la costumbre. Una costumbre que hoy es furor en la Villa Olímpica enclavada en Villa Soldato, en el corazón de Capital Federal, y está más vigente que nunca.