El local se impuso 2-0 y jugará la final. La Selección enfrentará al perdedor de Chile-Perú el sábado por el tercer puesto.
Las remeras se revolean y hay reconocimiento en las tribunas por los simpatizantes argentinos que aplauden a un equipo que dio todo y que estuvo a la altura de una semifinal vibrante. La Selección mereció mucho más. Siguiendo con su evolución, la Argentina volvió a superarse a sí misma, hizo su mejor partido en la Copa América, tuvo a un Lionel Messi comandante en el campo, pero le faltó el gol, algo que sí tuvo el local.
El 0-2 duele. Porque es Brasil, porque Leo seguirá con ganas de festejar algo con la camiseta de su país y porque se alarga la ausencia de títulos. Pero este equipo del recambio, todavía en construcción, le jugó de igual a igual al dueño de casa, un conjunto ya consolidado. Hay una certeza entre la tristeza: la Selección se va con más de lo que llegó.
Una secuencia de sucesos desafortunados para los argentinos y muy afortunados y lujosos para los brasileños quebraron el resultado antes de los 20 minutos. Gran jugada de Dani Alves para dejar a Paredes y Otamendi en el camino. La apertura para Firmino. El centro para Gabriel Jesús. La definición de frente al arco.
En su primera llegada clara, el local lastimó. Pero, lejos de producir un efecto destructivo en una Argentina que había empezado con algunos desajustes (Foyth arriesgó demás y Otamendi falló en dos salidas), ese gol despertó a los de Scaloni.
La Selección se plantó y sacó pecho en un Mineirao copado en un 90 por ciento por locales. Messi izó la bandera de la reacción, en su mejor producción de la Copa. Se esperaba más de él. Y lo dio. Logró conectarse con el Lautaro y el Kun. La primera combinación fue a los 27. Dos minutos después, de un tiro libre de su zurda vino el primer tiro en el poste -el travesaño- tras un cabezazo de Agüero.
Brasil no era el del comienzo y el conjunto nacional siguió yendo con la determinación como escudo y el 10 como espada. Leo arremetió, habilitó al Kun y su disparo pegó en Marquinhos. A los pies se tiró La Pulga para recuperar una pelota por la derecha, la ganó y su tiro se fue lejos.
Lo peligroso de Brasil era la banda izquierda celeste y blanca. Cada vez que Dani Alves subía hacía temblar a los seis mil hinchas argentinos que estaban repartidos en ambas cabeceras bajas. Sin embargo, no tenía profundidad y no creaba situaciones. La victoria le quedaba grande.
La Argentina nunca se rindió. Hizo lo que debía: ir al frente. Y debió empatarlo. Pero Lautaro no le dio con firmeza en un centro de Agüero, De Paul la tiró a las nubes después de un pase de Messi y el palo -otro más- se lo negó al crack rosarino.
Hubo un punto de giro en el clásico. Un tiro libre de Lionel, perfecto, que el increible Alisson le sacó literalmente del ángulo. La sensación «no hay caso» se instaló del lado albiceleste.
Y si el 0-1 era injusto, ni que hablar del segundo brasileño que vino de un contraataque comandado por Gabriel Jesús -dejó en el piso a Pezzella, Foyth y Otamendi- y terminado por Firmino ante una defensa desarticulada. Todo el banco estalló pidiendo una infracción de Dani Alves sobre el Kun en el inicio de la jugada, en la otra área. Hubiera cambiado la historia.
Y con el partido 0-2 hubo otro penal que no le cobraron a Argentina. Fue cuando en una pelota parada, luego de la ejecución, Arthur le metió un topetazo a Otamendi y el codo en el cuello.
Brasil selló la clasificación a la final haciendo fácil lo difícil. Con efectividad y sin convencer desde su juego bajo ningún punto de vista. Dejó atrás a una Argentina en formación que lo hizo sufrir y lo puso en serios aprietos. Tanto que mereció como mínimo un empate.
No habrá final feliz. Messi seguirá sin su título en la Selección, que no puede cortar con su sequía, que jugará el partido que nadie quiere jugar por el tercer puesto el sábado en San Pablo, pero que sumó la certeza de haberse ido de esta Copa con mucho más en su juego de lo que tenía cuando llegó