El 17 de diciembre de 1993, en una calurosa Tucumán, el campeón mundial argentino hizo la quinta defensa de su segundo reinado. El colombiano lo tuvo acorralado, pero pasaron cosas… Mirá los videos.
“Él tuvo su oportunidad, pero no tuvo ganas de ser campeón”. La sentencia es del hombre que terminó aquella noche con el brazo en alto. Sin embargo, entre esa chance desperdiciada por su rival y el desenlace de la historia transcurrieron 17 minutos y 56 segundos, durante los cuales se sucedió una cadena de irregularidades que palideció el resultado y de la que el vencedor deslinda responsabilidades con una coartada tan simple como creíble al ver las imágenes de esa jornada extraordinaria: “Yo estaba en otro mundo”.
La noche del 17 de diciembre de 1993, el gimnasio del club Defensores de Villa Luján, en San Miguel de Tucumán, era una caldera. No solo porque la proximidad del verano se sentía, pegajosa, en el ambiente, sino también porque una multitud se había convocado para ver la quinta defensa del segundo reinado de Juan Martín Coggi como campeón superligero de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).
La pelea se había organizado de apuro, luego de que un par de días antes se frustrara, por diferencias económicas, el combate que el santafesino iba a realizar en Madrid ante el local Jose Manuel Berdonce. Como alternativa apareció Eder González, un desconocido colombiano de 29 años que estaba radicado en España. Un récord de 22 victorias, tres derrota y un empate, sin nombres de fuste en su foja de servicio, y una pesada mano derecha eran las cartas de presentación de un adversario que no parecía riesgoso.
En Tucumán, donde Látigo había hecho su última defensa (había noqueado al mexicano Guillermo Memo Cruz en septiembre), nadie quería perderse la presumible victoria del monarca. Por eso en la primera fila del ring side estaba el gobernador, el otrora cantautor y actor Ramón Bautista Ortega, quien dos años antes había batido en las elecciones provinciales al genocida Antonio Domingo Bussi, por esos días diputado nacional y privilegiado por los beneficios de la impunidad.
El argentino, a quien le faltaban dos días para cumplir 32 años, y el colombiano debían ser los protagonistas de aquella noche. Pero un hombre, el tercer ocupante del cuadrilátero, estaba llamado a convertirse en desafortunado actor central de la velada: el venezolano Isidro Rodríguez, quien en su extenso currículum como árbitro registraba 32 combates por títulos mundiales, entre ellos la victoria de Coggi ante el puertorriqueño José Rivera en abril de ese año en Mar del Plata.
El libreto no ofreció sorpresas en los minutos iniciales de la contienda. Látigo arrancó algo lento, pero en el comienzo del segundo round conmovió a su rival con un poderoso zurdazo, al que siguió una metralla de golpes a la cabeza y al cuerpo que envió al colombiano a la lona. González se levantó sentido y Coggi fue a rematar la faena. Parecía el principio del fin. Sin embargo, apareció el primer “pero” en una noche llena de ellos.
“Él estaba nocaut y yo me equivoqué: me fui al humo y no hice el amague y el paso atrás que tendría que haber hecho para que él pasara de largo”, recuerda el zurdo, 27 años después, desde su casa de Brandsen. En esa búsqueda descuidada se encontró con un derechazo supersónico que se estrelló contra su mandíbula y lo hizo flamear, electrizado, antes de caer como un costal de papas.
Estupor y gritos acompañaron el intento de Coggi por recuperar la vertical, luchando contra sus piernas gelatinosas. No parecía que pudiera lograrlo a tiempo, pero el conteo del árbitro fue lentísimo: transcurrieron 16 segundos hasta que le dio el pase a un hombre que, a todas luces, no estaba en condiciones de continuar. González estaba ante la oportunidad de su vida. Como en el cuento de los tres cerditos, era cuestión de soplar fuerte para terminar con un rival que parecía una choza de paja.
El retador lo arrinconó y lo tenía a punto, pero Isidro Rodríguez detuvo las acciones y apartó al caribeño, en señal inequívoca de que había decretado el nocaut técnico. González corrió a su esquina a abrazar a su entrenador y mánager, Ricardo Sánchez Atocha, quien una década después trabajaría con Sergio Maravilla Martínez cuando el quilmeño se radicó en España. Pero, pero, pero…. El árbitro se acercó al rincón visitante, vaya uno a saber con qué excusa, mientras Coggi se bamboleaba, incapaz de mantenerse de pie, a tal punto que Luis Spada, socio del promotor Osvaldo Rivero, subió al borde del cuadrilátero y lo sostuvo del pantalón para que no cayera otra vez.
Esos segundos, valiosos, eternos, y el tironeo de Spada evitaron que el campeón se desplomara. “En ese momento, le pregunté a Palito (Ortega) dónde estaba la llave porque iba a apagar la luz. Me dijo: ‘Estás loco, vamos todos presos si hacés eso’”, contó Rivero en una entrevista en 2014. La luz no se apagó, pero el combo de irregularidades y el estado de Coggi eran suficientes para bajar el telón. Sin embargo, Rodríguez decidió que el combate continuara. Al retador le quedaba medio minuto en ese asalto para dar forma definitiva a su obra y apoderarse del cinturón.
¿Medio minuto? González preparó la estocada final, pero justo entonces la campana sonó mientras Spada, todavía trepado en la esquina, abrazaba a Coggi y desviaba un golpe del retador. Había terminado un round que, incluso computando el tiempo que había estado parado por el capricho de Rodríguez, había durado dos minutos y 35 segundos. Años más tarde, el ex campeón mundial mediano Jorge Locomotora Castro revelaría que había sido él quien había tañido el gong. “Me surgió ahí de la nada, solo le quise dar una mano a un amigo”, explicó.
Video: El segundo round de la pelea entre Juan Martín Coggi y Eder González en Tucumán
“Llegué al rincón y el Negro Rivero me dijo: ‘Basta, se acabó, te va a matar’. Yo no podía razonar ni hablar, tenía la lengua dura, pero le dije: ‘Si me sacás de la pelea, te recago a trompadas. Este cagón no me va a ganar’. Cuando el timekeeper avisó que faltaban 10 segundos para que empezara el tercer round, le pedí a Rubén Dupén (su preparador físico) que me parara porque no me respondían las piernas”, reconstruye Coggi.
Después de ese descanso, que se extendió 20 segundos más que el minuto reglamentario, González salió a la carga. El campeón, todavía extraviado, era un puching ball que no hacía más que recibir castigo sin siquiera atinar a abrazar a su rival. Látigo resistió la tunda con estoicismo, maña y, como no, una pizca de ayuda de Isidro Rodríguez, que interrumpió cada vez que pudo el avance del colombiano. Ese tercer capítulo pareció infinito, pero duró dos minutos y 32 segundos, esta vez cortesía del timekeeper. El descanso posterior nuevamente excedió el minuto.
“Estuve totalmente desconectado hasta el quinto round, pero él se desesperó. Nunca midió un golpe, nunca hizo un amague. Tiró en cantidad y desparramando por todos lados”, explica Coggi. Esa ansiedad hizo que la oportunidad se fuera escurriendo entre los guantes del colombiano, que perdió movilidad y empezó a retrasarse tras un gancho al hígado de su rival. Atento a lo que ocurría en el ring, el cronometrador se fue acercando de a poco a lo que el reglamento indicaba: el cuarto asalto duró dos minutos y 43 segundos.
“Después de ese descanso me pude parar solo. Ahí supe que estaba de vuelta”, asegura Coggi. En el arranque del quinto, un derechazo curvo de González lo envió al tapiz, pero Isidro Rodríguez consideró que la caída había sido producto de un resbalón y no de un impacto limpio. Ni el retador ni su esquina protestaron. Parecían ya resignados. En ese episodio, que por fin duró tres minutos, y en el siguiente, el campeón, que tenía su ojo izquierdo inflamado, retomó el control de las acciones ante un adversario que retrocedía y esperaba un contragolpe que ya no llegaría.
Lo que parecía una misión imposible un cuarto de hora antes se materializó en el séptimo round: una izquierda recta de Coggi sacudió a González, que ya no ofreció respuesta y recibió seis golpes más antes de caer de bruces en la lona. Mientras Isidro Rodríguez contaba, ahora sí a buen ritmo, algunas personas treparon al borde del cuadrilátero para arengar a Coggi e incluso cayó una lluvia de papeles al ring.
El árbitro dio el pase al retador sin reparar en que había perdido su protector bucal durante el conteo, pero apenas el campeón se abalanzó sobre él, Ricardo Sánchez Atocha invadió el ensogado para detener el pleito. Apenas unos segundos después, ya eran varias decenas de personas las que ocupaban el cuadrilátero y cargaban en andas al inverosímil ganador, entre ellas el gobernador Ortega.