Rubricada la segunda victoria en cinco días, Argentina, con los flamantes tres puntos en los bolsillos, una de las alternativas más plausibles es declinar la coartada de la zorra ante el inalcanzable racimo de uvas: si ganar en La Paz ha sido difícil e infrecuente, haber ganado, y como se ganó, debe ser mensurado y valorado.
Por Walter Vargas
Con el debido respeto, la que ayer saltó al campo en el estadio Hernando Siles es una de las formaciones bolivianas más débiles de que se tenga memoria.
Basta con reponer que la dupla de ataque la ocuparon Marcelo Moreno Martins y Carlos Saucedo, de 41 años, como prueba elocuente.
Claro que frente a equipos bolivianos igual de vulnerables, o incluso más, selecciones argentinas en apariencia poderosas jugaron mal, muy mal o peor, sin siquiera rozar la pesca del módico puntito.
Honrado el contexto histórico, puesto que lo contrario sería deshonesto, más meritorio destaca aún haber remontado después de un puñado de minutos de vacilación y blandura que perfilaron la versión corregida y aumentada del incoloro debut con Ecuador del jueves de la semana pasada, que se resolvió con ajustada victoria por 1-0 en «La Bombonera».
En realidad, con independencia de las lecturas que podría hacer el propio seleccionador Lionel Scaloni y del eventual forzamiento en la búsqueda de concordancias entre un partido y otro, fueron ostensibles las diferencias positivas y novedosas las soluciones.
Por ejemplo: ni por asomo la reacción vino de la mano del tándem Leandro Paredes-Rodrigo de Paul.
Por lo contrario, hay ahí un problema de superposición y virtudes que no llegan a complementarse y potenciarse. Es llamativa la incomodidad del ex Racing hoy en Udinese, más cerca de la bola sin manija que de la ductilidad.
Y tampoco cumplió un rol encomiable Lucas Ocampos, cuya potencia y su plus aérobico invitaban a suponer que, salvadas las debidas distancias, en los 3.640 metros de altura de La Paz sería poco menos que una matizada versión de un genuino correcaminos del altiplano, como Ángel Di María.
Por supuesto que sin nombres propios es imposible o absurdo analizar el rendimiento de un equipo, la influencia que tuvieron en el juego y en el resultado de un partido, pero colocada la lupa a fondo, sin margen para calificaciones dadivosas, notaremos que figuras, lo que comúnmente se da en llamar figuras, la Selección ofreció relativamente pocas.
En orden impreciso, punto más y punto menos, un muy recuperado Nicolás Tagliafico, Exequiel Palacios, Lautaro Martínez y Lionel Messi.
Messi celebró la doble victoria argentina en las eliminatorias
Messi celebró la doble victoria argentina en las eliminatorias
Tagliafico se las ingenió para alternar coberturas defensivas con apuntalamientos ofensivos; Lautaro convirtió, asistió, reunió un apreciable porcentaje de decisiones acertadas dentro y fuera del área y Messi persistió en el compromiso colectivo reclamado hasta por sus detractores, más media docena de pinceladas que convirtieron jugadas inocuas en pelotas venenosas y perfumadas.
El tucumano Palacios es un podio en sí mismo: hizo cartón pintado de las hipótesis agoreras en torno al lastre de sus pocos minutos de competencia oficial en Bayer Leverkusen, desmintió toda presunción de «amnesia» de entendimiento y amén de 90 minutos luminosos ofreció repertorio (lectura más pase) y jerarquía de techo por verse en una zona de la cancha, la media, donde el semillero argentino hoy carece de expresiones supremas.
Hagamos las cuentas: la Selección creció y subió la dura cuesta paceña por saber sobrellevar los momentos de marea baja, mantener un saludable piso de orden colectivo y cabeza fuerte, volverse compacto en un dominio de la pelota más preciso y más extendido en el campo boliviano (aceptable Guido Rodríguez pese a las deudas de quite que comparte con Paredes) y descansar en esa tenencia sin renunciar al triunfo que al cabo consumó gracias a una geometría limpia y de notable ejecución de otro recién llegado a la casa de las buenas noticias: Joaquín Correa.
¿Dudas, sombras y otras yerbas?
Franco Armani, escaso dominio del área, tal si estuviera en una crisis de confianza, Nicolás Otamendi, lejos del abierto fracaso pero también del espléndido defensor que llegó a ser, el doble ‘5’ que ata a Paredes, desordena a De Paul y condiciona la impronta del equipo en sí, y el casillero todavía en entredicho del mejor interlocutor de Lautaro.
Observaciones, objeciones o meras especulaciones en el marco de unas Eliminatorias que por largas y difíciles siempre son más amigables cuando el sembrado es presto.
Lo de la Selección buena o muy buena es una expresión de deseos que de momento resiste por igual la melancolía de lo que se cree imposible y el alborozo de los castillos en el aire.