Cómo se aprendió los errores del pasado y se planificó un trabajo de 60 días, con licencias, concentraciones y un cuerpo técnico completo, que hizo hincapié en lo físico, lo técnico y lo táctico.
“Durante tres meses hicimos seis horas de entrenamiento diario. Repito, seis horas. Es un orgullo saber que el trabajo fue de avanzada. Teníamos a disposición un médico clínico, un ortopedista y cuatro kinesiólogos. Todo eso fue muy importante. Llevamos a los muchachos a correr todos los días hasta el hipódromo para que pudieran tener fondo porque sabíamos que si queríamos ganar, teníamos que correr más que todos”. Jorge Hugo Canavesi, el entrenador de aquel mítico seleccionado argentino que entraría en la historia por ser el primer campeón mundial, conocía cuál debía ser la fórmula si su seleccionado quería alcanzar la gloria. Y en su relato deja claro que las apabullantes actuaciones de la Selección en el Mundial 1950 no fueron producto de la casualidad, sino de un intenso y organizado plan de acción. Las experiencias en los Juegos de Londres 48 y el Sudamericano de Paraguay en el 49 resultaron aprendizajes necesarios para reconocer los puntos más importantes a trabajar en el torneo disputado en nuestro país.
«Tuve que crear figuras metodológicas nuevas para poder compensar las falencias físicas. Estaba claro que debíamos superar la mayor velocidad y la estatura que tenían los rivales. Es algo que habíamos notado en Londres. Lo que decidí, entonces, fue adaptar métodos estadounidenses a la idiosincrasia del jugador argentino. A esa información le agregamos creatividad», contó el entrenador del conjunto nacional, quien además decidió convocar a un flamante asistente, Casimiro González Trilla, un coach muy respetado y querido por los jugadores que terminó siendo clave en el grupo y las estrategias. Ambos debatieron y armaron una preselección realmente federal compuesta de 60 jugadores provenientes de todo el país. “De esos 60, quedaron 30 y luego los 15 finales”, precisa el Negro González, capitán del seleccionado que a los 94 años ratifica en charla con Prensa CABB tener una lucidez y memoria prodigiosas.
«Realmente tuvimos todo el apoyo. La CABB respaldó en un 100% y (Juan Domingo) Perón (presidente) nos ayudaba con todo lo que fuera alojamiento, licencias y fondos para poder entrenar bien. A mí me dieron todo el poder de decisión y así pude elegir los elementos que necesitaba para hacer un buen papel. Nombré dos asistentes que me ayudaron a descentralizar la tarea: González Trilla, que a pesar de tener un grado bajo de empatía con sus dirigidos, era un analista extraordinario que tenía una paciencia especial, y Jorge Boreau como PF. Todo lo conversábamos entre los tres”, recordó Canavesi en charla con Emilio Gutiérrez, historiador y actual Director Nacional del Básquet Escolar y Universitario que escribió el libro “1956, Donde habita el Olvido”, la base de lo que fue, décadas después, la película Tiempo Muerto.
Los extensos entrenamientos, de dos turnos diarios y concentración mediante, tuvieron lugar en el estadio Monumental. Varios de los jugadores convocados tomaron licencias en sus trabajos o ausentándose de sus estudios (con certificados expedidos por el gobierno nacional), y de la mano del PF Boreau, comenzaron 90 días antes del torneo un acondicionamiento físico y técnico tan impecable como inusual para la época. Esa extensa preparación, las canchas acordes que usaron, los dormitorios de lujo que usaron, el grado preciso de exigencia y la seriedad con la que se afrontó el desafío fueron elementos imprescindibles para neutralizar, por caso, la falta de altura de internos nacional (el más alto era Vito Liva, con 1m89), y otorgarle al plantel tres ventajas claves: intensidad defensiva, velocidad para el contraataque y efectividad devastadora.
También hubo un aggiornamiento táctico que alguna explicó Oscar Furlong, el mejor de los argentinos, definido por González como el Maradona de la época. “Cada vez que alguien viajaba a Estados Unidos le pedíamos que comprara revistas o libros de básquetbol y en esas publicaciones, por las fotos o los diagramas, veíamos que ellos jugaban en toda la cancha, mientras nosotros acá jugábamos más estáticos. Los backs (guardias) jugaban solo en defensa y los delanteros (aleros y pivote) tenían pocos desplazamientos. Así fuimos cambiando, hicimos que los petisos corrieran el contrataque y los grandes reboteáramos y participáramos del juego colectivo. Eso nos permitió poder competir contra cualquiera”, analizó quien luego de los Juegos del 48 recibió una muy buena oferta de los Minneapolis Lakers, campeones vigentes de la NBA, que rechazó…
En las prácticas, además, se buscó potenciar las cualidades basquetbolísticas (individuales y colectivas) y crear una identidad de juego. “Entrenábamos mucho las tácticas que íbamos a emplear: ofensivas contra zona, defensa hombre a hombre y presión en toda la cancha. Tengo vanidad de haber solucionado el problema de la altura, el cual sufrimos en el 48 y que pudimos disimular haciendo que los muchachos practicaran la toma del rebote en dos tiempos, después de cachetear la pelota. Otra de las herramientas técnicas que mejoramos fue el jump shot, que para la época fue un avance tremendo y al cual le agregamos el quiebre de muñeca”, explicó Canavesi, quien está en el Salón de la Fama junto a Furlong y González.
Para darse una idea de lo exitosa que resultó la puesta a punto, por caso en la precisión de los tiros, basta un dato que dio González. “Comenzamos anotando un promedio de 35 de 50 lanzamientos de campo y terminamos la preparación con un espléndido 48 de 50”, precisa el Negro, una de las figuras de aquel equipo que impacta con su memoria y lucidez para sus 94 años. “Los jugadores nos iban creyendo a medida que veían que sus números mejoraban con el esfuerzo diario. Llevábamos planillas estadísticas de todo y se las mostrábamos. Eso los motivaba”, recordó el capitán, quien será el protagonista del siguiente nota que desarrollaremos para homenajear a estos campeones del 50.
Pero, claro, Canavesi sabía más que de básquet y consideraba que el grupo, la unión, era otra clave. Por eso, viendo que la concentración fue muy larga, tuvo decisiones para que los muchachos se relajaran. “Sí, el programa se completaba con una serie de salidas culturales y complementarias que nos venían muy bien para airearnos un poco», comentó. Así como ocurría con la Generación Dorada que se consagró en Atenas y como continúa sucediendo con la nueva camada que volvió a una final del mundo, los eternos campeones del 50 entendían que la camaradería y la química de equipo eran casi tan importantes como el mismo juego. No por nada, 70 años después de la hazaña, González sigue comunicándose periódicamente con Pedro Bustos e Ignacio Poletti, sus hermanos de camiseta. “Somos los tres que quedamos vivos. Están muy bien, son más jóvenes que yo. Bustos tiene 92 años y Poletti unos 90. Nos llevamos muy bien”, cuenta el Negro.
El compromiso de la otra Generación Dorada es algo sobrevoló todo el tiempo, durante la preparación y la disputa del torneo, la base de un logro histórico, como el mismo Canavesi ratificó. “Hoy se habla de hacer una preparación planificada para cualquier torneo y cumplirla con profesionalismo. En aquel entonces se pudo hacer sin que los jugadores ni los entrenadores cobraran un solo peso”, explicó. ¿Quién diría en aquella época que ese valor se transmitiría en el tiempo y se transformaría en una marca registrada del básquet argentino?
Gentileza: Prensa CABB