La Copa América se perdió del estrambote latinoamericano, ‘El Pulga’, y sin él, casi todo es previsible en este campeonato.
ENRIC GONZÁLEZ – El País de España
Platón decía que la belleza requiere utilidad. Aristóteles, en cambio, opinaba que lo bello no tenía por qué ser útil. Ambos coincidían en que los grandes criterios estéticos habían de ser la moderación y la proporción. Aristóteles era bastante puñetero en según qué cosas. Para él, un hombre bajito nunca podía ser hermoso.
A veces se habla de la estética en el fútbol y no se llega a ninguna conclusión. Hay quien sólo percibe belleza en el juego armonioso. Otros preferimos, quizá porque nos hacemos un lío con la estética y la ética, ciertos rasgos de sufrimiento e inventiva. Se habla mucho menos de la estética de los futbolistas. Pero es un factor relevante. Por apelar a un ejemplo, Paco Gento fue mejor extremo que George Best. El mito mundial, sin embargo, es Best. Porque no se puede comparar a un tipo de ojos claros, cabello largo, seductor e ingenioso con un señor cetrino de Guarnizo. Y Paul Pogba siempre parecerá aún mejor de lo que es porque tiene el aspecto que tiene.
La Copa América no ha causado de momento ninguna víctima del síndrome de Stendhal. Nadie ha sufrido alucinaciones por una sobredosis de belleza. Está Brasil, claro, y esa es la única emoción: la de seguir mirando partidos por si ocurriera un prodigio y los brasileños no ganaran. Con un nivel discreto o discretísimo (pocos grupos humanos inspiran tanta compasión, en el mejor de los sentidos, como la selección venezolana), se trata de un torneo propicio para el estrambote. Por desgracia, no lo hay.
El estrambote es ese remate del soneto que rompe con el discurso y la métrica y da su auténtico sentido al poema. El estrambote es la extravagancia brillante, el triunfo de lo imposible. El estrambote es el desafío frontal a Platón y Aristóteles, a los criterios estéticos y, en fútbol, a las pautas de juego y al más básico sentido común.
El gran estrambote del fútbol latinoamericano es hoy Luis Miguel Rodríguez, El Pulga. No necesariamente por su biografía (niño pobrísimo y sin zapatos, tanteado a los 13 años por Inter de Milán y Real Madrid, abandonado en Rumanía por su representante, reciclado en albañil y luego eterna estrella de equipos secundarios) ni por su aspecto (bajito, feo y cabezón), sino más bien porque ambas cosas, la biografía y el aspecto, resultan engañosos. Uno esperaría de un tipo como El Pulga, tucumano y rural, puro producto del potrero, un juego lleno de pasión, bullicio y picardía. Ofrece todo lo contrario: un cerebro frío, largos ratos de aparente apatía, una inmensa capacidad de cálculo y una genialidad casi sarcástica.
El Pulga es ya muy mayor. Tiene 36 años. Pero acaba de hacer campeón de Argentina a su equipo, el modestísimo Colón de Santa Fe.
Entiendo que Lionel Scaloni no convocara al Pulga, a quien sólo Maradona se atrevió a alinear, por una vez, en la selección nacional. Cuenta para la posición del Pulga, entre el área y la mediapunta, con nombres como Messi, Lautaro, Lo Celso o Agüero, todos ellos estrellas en clubes glamurosos. El Pulga habría resultado estrambótico entre tanta hermosura. Lástima. Sin él, casi todo es previsible. Moderado y proporcionado. Evidentemente, Platón y Aristóteles no tenían ni idea de fútbol.