Fueron dos Grandes Premios que marcaron los últimos tiempos de Lole en la máxima categoría: Su espectacular triunfo bajo la lluvia en las calles de Mónaco -el 18 de marzo de 1980- y la victoria en el circuito carioca de Jacarepaguá, cuando desoyó la orden del equipo Williams de dejar ganar a su compañero Alan Jones.
De los doce Grandes Premios de Formula 1 que ganó Carlos Reutemann en sus once temporadas, el de Mónacotuvo un sabor especial porque el mismísimo príncipe Rainiero lo recibió al final de la alfombra roja y se rindió a sus pies admirado por la clase de manejo que el santafesino había ofrecido bajo la lluvia. Diez meses más después, también bajo la lluvia, pero en Rio de Janeiro, Lole alcanzó otra gran victoria pero a costa de un posterior reproche de su equipo, Williams, que pretendenía que Reutemann dejara pasar al primer lugar a su compañero Alan Jones. Y Lole no lo hizo.
El día que el Príncipe de Mónaco coronó a Reutemann
En su sexta carrera con el equipo Williams, el 18 de mayo de 1980, después de un mal año anterior con Lotus, el argentino tuvo una brillante performance en una desapacible tarde sobre el circuito callejero del Principado y sumó su décimo triunfo en la F1.
La carrera se desarrolló con una tensa expectativa desde el principio y el argentino pasó a dominarla en el último cuarto cuando el constante puntero, el francés Didier Pironi, se descontroló con su Ligier y rozó el guard-rail.
Lole Reutemann partió desde la segunda posición en una accidentada largada, con el despiste por los aires del irlandés Derek Daly (Tyrrell), que quedó fuera de acción con apenas 300 metros transitados, al igual que Jean Pierre Jarier (Tyrrell), Alain Prost (McLaren) y Bruno Giacomelli (Alfa Romeo).
En el tramo inicial de la carrera, el segundo piloto de la escudería británica, por ese entonces financiada con capitales saudíes, se mostraba expectante en el tercer lugar.El primer golpe de escena se dio en la vuelta 24 con el abandono de Alan Jones por el diferencial roto de su Williams FW07. El santafesino quedaba segundo, a 2s.5/10 de Pironi.
El Ligier de Pironi parecía encaminarse a la segunda alegría consecutiva (venía de ganar en Bélgica) pero la lluvia, involuntaria protagonista, le otorgó otro desenlace a la historia.
Cuando los vehículos transitaban por la vuelta 55, el francés sintió que se le escurría entre las manos esa soñada victoria, cuando golpeó contra el guard-rail, a la salida de la curva del Casino.
«La segunda y tercera marchas no entraban bien. La goma trasera izquierda empezó a desinflarse y al auto le faltaba un poquito de equilibrio», contó el santafesino, respecto de las dificultades que atravesó en el tramo final de una histórica carrera.
El francés Jacques Laffite (Ligier) estaba demasiado lejos (a más de un minuto), pero Lole jamás pensó en cambiar los neumáticos para piso seco, pese a la pertinaz llovizna que mojaba las calles monegascas.
Entonces, el triunfo llegó después de más de 115 minutos de manejo sobrio. Ya en el podio, al lado de su alteza Rainiero y su esposa, la princesa Grace Kelly; y con su mujer de entonces, «Mimicha», el santafesino se sintió Príncipe por una tarde.
Tras la comida con el Príncipe, los honores de Montecarlo y el champagne que apenas había probado con el borde de los labios, Reutemann tomó conciencia de que estaba viviendo uno de los grandes momentos de su carrera.
Ganar en Mónaco, en el circuito más tradicional, fue como recibirse en la Universidad de la Fórmula 1 porque la mítica carrera formaba parte de la triple corona con Le Mans y las 500 Millas de Indianápolis. Esas que sueñan todo piloto de elite y que uno solo consiguió: el británico Graham Hill.
El Gran Premio de Mónaco nació en 1950 junto a la F1 y tuvo al argentino quíntuple campeón del mundo, el balcarceño Juan Manuel Fangio, como primer ganados con un Alfa Romeo. Siete años más tarde repitió con una Maserati.
Cuando Lole desoyó la orden de su equipo y festejó en Brasil
Menos de un año después, el 29 de marzo de 1981, Reutemann logró una de sus victorias emblemáticas en la Fórmula 1, el Gran Premio de Brasil, coronado con un acto de desobediencia en la escudería Williams que más tarde le pasó factura.
La mayoría de los seguidores de la máxima categoría automovilística son conscientes de que ignorar ese cartel «Jones-Reut», en las últimas vueltas bajo la lluvia en Jacarepaguá, le costó al Lole ser subestimado por su propio equipo.
«Hubo una decisión estratégica del equipo que hace que yo pierda el campeonato», dijo tiempo después el argentino, en referencia a lo ocurrido en octubre de ese año, cuando no ingresó en los puestos puntuables en el Gran Premio de Las Vegas y le sirvió el campeonato al brasileño Nelson Piquet por apenas un punto.
Precisamente, el piloto carioca había marcado la pole en el trazado de Río de Janeiro, con su Brabham BT49 C. El santafesino, con Williams, obtuvo el segundo lugar, mientras que la segunda fila se ordenó con el australiano Alan Jones, compañero de Reutemann en Williams y campeón mundial por esos años, además del italiano Riccardo Patrese (Arrows).
El domingo amaneció con lluvia y la carrera, pautada a 78 giros, se largó con agua. Piquet, confiado en que la lluvia cesara, arrancó con cubiertas lisas (slicks), mientras Reutemann lo superó y tomó la punta con determinación.
Lole, que durante esa temporada en la Fórmula 1 también ganaría el Gran Premio de Bélgica en Zolder, mantuvo una ventaja oscilante entre los 3 y 8 segundos sobre su compañero de equipo, el australiano Jones.
A falta de siete vueltas para el cierre, desde el box de Williams se mostró un cartel singular: ‘Jones-Reut’. La decisión de equipo, entonces, estaba clara
Pero Reutemann ignoró la petición y se alejó de su escolta, alcanzando así su segunda victoria oficial en el mismo trazado (la primera había sido en 1978, al comando de una Ferrari).
«No vi el cartel» manifestó Reutemann, apenas bajó del automóvil, según consignó la revista El Gráfico.
Jones, enojado con la postura que había tomado su compañero, dejó su Williams en boxes, se cambió en el motorhome y no acudió al podio de festejos.
Entonces, Reutemann, con gesto adusto y de preocupación, sólo tuvo la compañía del italiano Patrese, que había llegado en la tercera colocación en ese Gran premio brasileño.
La bronca entre los dos pilotos de Williams de esos años ya venía de la anterior competencia, en Long Beach, en el arranque de la temporada 1981.
Mientras intentaba superar a un rezagado (Marc Surer, con Ensign), Reutemann se desconcentró en una maniobra, dejó un hueco y Jones aprovechó para rebasarlo. De este modo, el campeón mundial 1980 inició la edición siguiente con triunfo.
«En el contrato estaba escrito que no nos podíamos pasar. Y (Alan) Jones lo hizo», se quejó amargamente el santafesino. Por eso, lo de Río de Janeiro pareció un auténtico pase de facturas.