Maneja 15 técnicos y representa más de 100 jugadores. Creció como manager en el fútbol mexicano. Se ganó la estima de los Grondona. En la Superliga y en la AFA se lo ama tanto como se lo odia. El control sobre varios clubes y la estrecha relación con Daniel Angelici. Sus detractores lo acusan de manejar en las sombras los destinos del fútbol local
Por Gustavo Grabia
Quienes han frecuentado últimamente el piso que tiene en la zona más exclusiva de Puerto Madero, ahí donde Encarnación Azcurra se cruza con Aimée Paimé, cuentan que su oficina ya no está precedida por una gigantografía de la película Scarface, aquella donde Al Pacino quería comerse el mundo desde los negocios turbios. Ahora cuelga de la pared una pintura de Diego Armando Maradona con la camiseta celeste y blanca.
Sus detractores apuntan que es puro sentido común: después de entrar en el fútbol argentino de la mano de los capitales mexicanos y todo lo que ello conlleva de realidad y fantasía, ahora que es el nuevo rey, el símbolo es Diego, es decir, el fútbol mismo.
Porque Christian Bragarnik, de él estamos hablando, es el Maradona de los representantes, el hombre que en un par de años se convirtió en el personaje clave de todo lo que ocurre alrededor de una pelota en nuestro territorio.
Maneja 15 técnicos, más de 100 jugadores, desayuna cerrando tratos con la dirigencia de Racing, almuerza poniendo entrenadores en los grandes del Interior, merienda haciendo negocios en Latinoamérica y después va a cenar a Pilar a la quinta de su amigo Daniel Angelici a quien le recomienda jugadores.
Un todo terreno que ayudó a destrabar en su momento la llegada de Jorge Sampaoli a la Selección y que maneja a Jorge Almirón, el técnico que el presidente Mauricio Macri quiere para la nueva etapa.
Un personaje al que en la Superliga y la AFA se lo ama tanto como se lo odia.
Es «el» hombre. Al que se lo acusa de manejar en las sombras los destinos del fútbol local, mito que se agiganta por su decisión de no salir a hablar. Infobae lo contactó para un reportaje pero la respuesta fue la misma que da hace años: no. No se sabrá si es porque tiene algo que esconder o porque pretende dejar firme ese halo de misterio que Infobae descorre reconstruyendo su historia, su increíble y excitante historia.
Según los registros oficiales, nació el 13 de agosto de 1971 y creció en el barrio de Flores, donde alimentó, como la mayoría de los pibes argentinos, sus sueños de ser futbolista profesional. En su imaginación, jugar en Vélez, equipo del que es hincha, y hacerle un gol a Brasil en la final de un Mundial era un logro al alcance de la mano.
Pero la realidad lo confinó a un lugar más modesto en la cancha: como volante central, hizo Inferiores en Comunicaciones y Almagro y su carrera se limitó a un paso por la última categoría del fútbol nacional, la D, donde jugó en Justo José de Urquiza y Yupanqui.
Como en esa escala amateur el fútbol no da de comer, para sustentarse Bragarnik se conchabó en un videoclub llamado Leiland, de la calle Yerbal casi esquina Bogotá. Y ahí, mientras alquilaba películas de misterio y comedias románticas, mataba el tiempo editando videos de su pasión, el fútbol, ofreciéndoselos a los representantes del momento. El oficio lo había aprendido haciendo fiestas de casamiento.
En breve, su matrimonio sería con la redonda. Porque tras ocho años de trabajar para otros y recibirse de abogado, entendió que con un buen material de jugadas, cualquier jugador podía ser mostrado y conchabado en Latinoamérica.
Argentina entraba en su peor crisis económica de la historia y él buscó su salida. Terminaba 2001 y le propuso a Mariano Monrroy, un volante de Arsenal con buen pie, que era cliente de su videoclub, hacerle un compilado de sus mejores jugadas y ofrecérselo a Eduardo Fuentes, un ex jugador que en su carrera transhumante había recalado buen tiempo en el Cruz Azul de México, que también alquilaba películas en su local y tenía contactos en tierras aztecas.
El video viajó por DHL y terminó seduciendo al equipo Irapuato, filial de Ascenso del más importante Querétaro. El pase se hizo en 400.000 dólares y Bragarnik se ganó la estima de una familia de peso: los Grondona.
Como si fuera poco, el volante la rompió y el flamante representante vio el filón: se quedó en Querétaro como empleado del grupo que manejaba el club a cambio de 10.000 dólares por mes. Y en un año, ascendió del «pibe que trajo al argentino talentoso» a presidente de la institución.
Claro que había un problema: la plata de la institución provenía del narcotráfico, como en el 70% del mercado futbolístico mexicano por entonces. De hecho su mayor accionista, Tirso Martínez Sánchez, quedó detenido acusado de lavar dinero narco en Irapuato y Querétaro.
El Departamento de Estado norteamericano había puesto una recompensa de 5 millones de dólares para quien lo capturara, según había publicado por entonces el diario Reforma.
Como sea, viajó junto a Arsenal a Guadalajara para un partido de Copa Sudamericana en 2007 y allí se relacionó con Jorge Hank hijo, primogénito del hombre que maneja el Grupo Caliente en México, que tenía el club Xolos de Tijuana y era dueño de hipódromos, bingos, casinos y financista del hegemónico Partido Revolucionario Institucional de México.
Se convirtió, entonces, en asesor futbolístico de ese imperio, con un detalle: el Grupo Caliente estaba investigado en Estados Unidos por ser presuntamente el vínculo de los narcos para lavar dinero de la droga y Hank padre terminó preso después de que le encontraran 88 armas de guerra en su casa, aunque salió indemne tras 15 días en la cárcel.
Otra vez las peores sospechas pendían sobre su cabeza.
«El trabajaba con multimillonarios, sí, pero no preguntaba de dónde venía o salía la plata. Sólo asesoraba en la llegada de técnicos y jugadores. Y como le iba bien, empezaron a llamarlo de todos los clubes mexicanos, con lo que eso significa», cuenta un amigo que pide reserva y que asegura que Bragarnik ni siquiera toma una copa de vino en las comidas.
Por entonces, México era el destino que más pagaba y todos los clubes argentinos y jugadores que querían entrar al mercado, negociaban con él. Entonces se convirtió en el nexo definitivo.
Pero pasar de representante de futbolistas a intermediario de pases fue sólo el primer escalón. El segundo consistió en meterse de lleno en el fútbol argentino.
Gerenció de hecho Defensa y Justicia y entre capitales mexicanos y buenos resultados deportivos, amplió sus tentáculos: empezó a tallar fuerte en Cuyo con Godoy Cruz a la cabeza, en los equipos santafesinos y cordobeses, también en Tucumán hasta recalar en Racing e Independiente al mismo tiempo con técnico y jugadores propios en 2014.
Y después Boca, cuya puerta de entrada fue el pase de Benedetto a quien trajo, claro, de México en un negocio que muestra cómo apuesta: no le cobró la habitual comisión del 7% al club comprador (el pase se hizo en 5 millones de dólares, así que resignó del Xeneize 350.000 verdes) pero a cambio se quedó con la plusvalía del 10% sobre cualquier futura venta del goleador, que hoy está valuado en 30 millones.
El rendimiento del punta encandiló a Angelici quien vio al intermediario como un filón y lo adoptó como hombre propio. Y desde ese lugar, más su red de buscadores de talento, hizo un imperio.
Hoy maneja cotizadísimos técnicos, entre ellos Edgardo Coudet, Jorge Almirón, Antonio Mohamed, Sebastián Becaccece, Diego Cocca, Leonardo Madelón, Darío Franco, y muchos de sus jugadores top como los hermanos Bou, Donatti, Iván Marcone y más recalan en el club donde van sus entrenadores.
De hecho llegó a haber partidos donde entre entrenadores y futbolistas, 13 de sus representados estaban entre los 22 que salían a la cancha. No parece muy ético, pero a él no le importa el qué dirán.
«Si rinden, nadie dice nada. Si juegan mal, hablan. Esto es fútbol», explican en su círculo aúlico.
«Y los de él habitualmente rinden. Por eso todos los clubes quieren hacer negocio con Bragarnik», agregan.
Pero no todo brilla en su mundo. Estuvo en la mira de la AFIP cuando vendió un jugador de Defensa y Justicia, Julio Rodríguez, a Sinaloa por una cifra exigua: 80.000 dólares. Y la Unidad de Información Financiera generó un Reporte de Operación Sospechosa donde se hacía referencia al destino mexicano y el pasado del representante en clubes cuestionados. La sospecha de capitales extraños revoloteando otra vez. Pero salió indemne tras probar que no había nada raro.
«Eso fue una operación que vino de sus enemigos que veían cómo les comía el mercado. Julito Rodríguez tenía ocho partidos en el ascenso y lo vendió afuera. Fijate dónde está hoy, en Capiatá de Paraguay. Era medio pelo y fue un negoción para Defensa», afirman sus defensores.
Y así como salió de esa situación, salió de todas las que enfrentó hasta el momento. Como cuando la Policía atrapó a Leonardo Fariña en 2013 con una camioneta BMW robada. Al otro día, quién se presentó a reclamarla como dueño real fue… sí, Bragarnik.
En la causa judicial consta que se la habían robado un mes antes en la zona de Lanús, pero entre sus antecedentes mexicanos y el nombre Fariña, la duda volvió a instalarse. Pero él hizo una vez más oídos sordos, mostró el fallo judicial y se siguió ampliando. Compró a través de la empresa Andes Inversiones Deportivas junto a los hermanos Sebastián y Ricardo Pini (este último esposo de la animadora infantil Panam), el club Unión La Calera, de Chile, que fuera en su momento de Sergio Jadue, el ex mandamás del fútbol trasandino involucrado en el FIFAGate y que está con prisión domiciliaria en Miami a la espera de su condena.
Esta experiencia lo pone para muchos en la lista de largada si en la Argentina se aprueba la transformación de los clubes de Asociaciones Civiles sin fines de Lucro en Sociedades Anónimas Deportivas, tal como es el sueño del tándem Macri-Angelici, casualmente sus buenos amigos.
Pero en su círculo lo niegan. «Mirá si pudiendo manejar desde afuera se va a meter en el quilombo de tener un club que si perdés tres partidos te putean todos», dicen.
Y parece ser cierto. Por lo pronto, aquello que expresa lo de «pudiendo manejar desde afuera».
Por ejemplo, este invierno hizo de conector entre Angelici y Mauro Zárate en la novela más renombrada del fútbol local que terminó con el pase del jugador a Boca, aunque en Vélez reconocen que sólo fue un nexo con el presidente de Boca y que no incidió en la decisión del futbolista, que ya estaba tomada de antemano.
Por su oficina pasan cientos de jugadores que quieren firmar con él, técnicos de renombre a los que representa y buscadores de talento a los que tiene como monotributistas y después divide dividendos si el futbolista triunfa.
Por eso su empresa, Score Fútbol S.A. que está registrada desde 2011 y cuenta con dos socios, Gustavo Papagna y Marcelo Valeri, apenas cuenta con tres empleados.
Una estructura muy pequeña para alguien que mueve millones de dólares cada año y que tiene en el bajo perfil a un aliado imprescindible para alcanzar el mote que hoy ostenta: el nuevo dueño del fútbol argentino.