El DT que sueña con bordar la primera estrella en la historia de Colón de Santa Fe destaca el cambio de mentalidad del equipo. Surgido en River, admira a La Volpe y atendió un kiosco para evitar el vacío del retiro.
07/11/2019 – 7:00Clarín.comDeportes
Colón De Santa Fe
De Daniel Passarella rescata su perfil paternal para ir controlando la evolución de los juveniles. De Ramón Díaz elogia su impresionante efecto de absorber las presiones y quitarle peso a los dirigidos. De Alejandro Sabella aprendió a ser conciliador y de no sólo hablar de fútbol con el jugador, ser un poco padre, psicólogo, guía. Pero Pablo Lavallén no duda cuando tiene que elegir quién fue el DT que más lo marcó para su actual camino. “La Volpe. Yo me considero lavolpista. Es el técnico del que más cosas nuevas aprendí. Y eso como jugador me trajo alguna dificultad”.
—¿Como cuál?
—Y, me peleaba con entrenadores porque tenía bien marcada la idea que pretendía para mi equipo. Siendo jugador a veces ponía en duda la palabra del técnico cuando nos pedía algo que para mí estaba mal.
—¿Es imposible que un DT con la manera de ser de La Volpe triunfe en Argentina?
—Uff, la mitad de los jugadores lo ama y la otra lo odia. Tiene una manera de tratarte muy brava. Te dice cosas fuertes en el entrenamiento. A mí una vez paró para decirme: “Lavallén, picapiedra, ¿cómo jugaste tantos años en River?”. Así con todos. Hasta que un día que estaba dispuesto a pelearlo, terminamos abrazados y comiendo afuera. Ahí lo conocés realmente como es: está loco, tiene mucho carácter, no negocia, pero a ese tipo de personajes hay que sacarles el jugo. Para mí ha hecho en Argentina lo mismo que Menotti y Bilardo: es un entrenador que forma entrenadores. Por ese equipo de Atlas, por ejemplo, pasaron Darío Franco, Jorge Almirón, Walter Coyette, Diego Cocca, Facundo Villaba, yo… Es un tipo que te marca.
—Hasta ahora dirigiste en todos equipos del Interior, ¿hay mucha diferencia con quienes están en Buenos Aires?
— Sí, mucha. Te digo algo: cuando estaba en San Martín de San Juan o en Godoy Cruz les decía a los dirigentes que los jugadores llegaban hasta Córdoba. O que iban hasta Rosario, pero no mucho más, porque la familia influye, la exposición es mucho menor. No es lo mismo jugar 10 partidos buenos en San Juan que 2 en Defensa y Justicia. Después me fui a Tucumán y me pasó lo mismo: era muy difícil convencer a los futbolistas para que vinieran. Después fui a Belgrano y me di cuenta de que el fútbol en realidad moría en Santa Fe. Y ahora que estoy acá me doy cuenta que todo pasa en Buenos Aires.
—¿Estas cosas te curten?
—Y, yo sé que después de dirigir equipos con carencias no me va a sorprender nada. Si no hay agua para bañarse ya lo experimenté, si no tenemos ropa, ya lo viví.
—¿Tenés miedo de quedar encasillado?
—Es que trabajamos para romper etiquetas. De mi cuerpo técnico pueden decir que dirigimos en equipos chicos y de provincia, ya lo sé. Cuando llegué a Atlético Tucumán decían que no teníamos méritos para disputar la primera chance del club jugar una Copa y lo hicimos, dimos la talla. En Belgrano, también: “¿qué méritos tiene Lavallén para un club tan tradicional?”. Hicimos 40 puntos y casi clasificamos a esta Copa Sudamericana, justamente. Y en Colón lo mismo, que no lo merecía, que no había hecho grandes cosas… No sé qué va a pasar el 9 de noviembre, pero éste es el único grupo que llegó a una final en 114 años del club.
— ¿Y de este Colón qué se decía hasta hace muy poco?
—Hace dos meses, tres. Nos tocó agarrar a un equipo vapuleado por la prensa, con la gente desencantada. A estos jugadores les dijeron mercenarios, que no sirven, que son cobardes, que venían a pescar, que se achanchan… Sabíamos que veníamos a ese lugar. Y es difícil dar vuelta esa historia.
—¿Cómo se dio vuelta?
—Fue lo primero que hablé con los jugadores. Les dije que quería saber por qué Colón arrancaba bien los campeonatos pero después se caía, se relajaba. Y el discurso fue claro: venimos a cambiar la mentalidad. Era un trabajo más de psicólogo que de técnico, hacerles entender que servían. Eso después se tiene que traducir en la cancha porque errás un pase y llegan los murmullos. El desafío era ese: demostrar que todos estos que fueron despreciados por la gente y por otros entrenadores podían llegar a jugar una final. En eso ya ganó Colón. Ahora queda el logro deportivo.
—Hay una bandera en la puerta del predio de Colón que dice que están a 90 minutos de cambiar la vida de los hinchas.
—Lo sabemos. Y le agradecemos a la gente. Sabemos que hicieron lo imposible para viajar y estar en Asunción. Vendieron pastelitos, limpiaron casas, hicieron rifas… Es un orgullo. La gente de Colón ha sufrido 114 años, me cruzo abuelos de 80 años en la calle que me dice que vieron pasar glorias por el club pero que nunca tuvieron esta oportunidad. Por lo pronto, esta generación ya va a decir que lo vio jugar una final. Y ojalá pueda decir que lo vio campeón. Yo sueño con el día después. Con traer la Copa a Santa Fe y que sea una fiesta. Que el hincha pueda sentirse campeón; en un país en el que se sufre muchísimo poder darle una alegría así sería invalorable.
Lavallén estuvo en la cuerda floja por los malos resultados en Colón pero logró enderezar el rumbo en la Sudamericana; ahora busca el primer título de la historia del club. (JUAN JOSE GARCIA)
Lavallén estuvo en la cuerda floja por los malos resultados en Colón pero logró enderezar el rumbo en la Sudamericana; ahora busca el primer título de la historia del club. (JUAN JOSE GARCIA)
De la cancha al kiosco
Necesitaba tener algo para hacer el día después. Quería cortar el vacío que significaba colgar los botines y dejar la rutina. Llenar la cabeza con algo. Y pasó a atender el kiosco que pusieron con su viejo. “Me retiré el fin de semana y el lunes ya empecé a atender. Un día entraron Leo Rodríguez y el Cholo Simeone y cuando me fueron a pagar no lo podían creer”.
—A vos el bajón anímico te pegó antes del retiro.
—Sí, estuve muy mal, fue en 2003 en San Luis Potosí, en México. Después de jugar en Huracán me fui a México solo; mi mujer y mis hijos se quedaron en Argentina. Y la verdad fue que me pegó mal, no le encontraba sentido a nada, tenía mucho tiempo para pensar y creía que me estaba volviendo loco. Por suerte pude acercarme a Dios, me amigué con Dios. Yo perdí a mi mamá por un cáncer a los 15 años y odié mucho a Dios, pero pude darme cuenta a tiempo. Y eso está encadenado con mi retiro. En 2006 cuando decido dejar de jugar ya estaba más preparado, sino el golpe es muy duro. Hay jugadores que cayeron en depresión o se tiraron de un balcón. Tener el kiosco a mí me hizo bien como persona: salís de la burbuja del fútbol y sabés al menos cuanto cuesta un paquete de chicles, vendés un pancho. Te encontrás con la realidad de la gente.