El plantel, siempre confiado en la autogestión, quedó alarmado; qué papel interpretan los referentes, el vacío de poder en la AFA y cómo se condiciona Bauza.
«Hagan lo que quieran…, pueden poner un poste. ¡Esto lo sacamos adelante nosotros!» La frase de uno de los referentes de la selección argentina, de los muy pocos que tiene esta generación, llegó por teléfono. Gerardo Martino había renunciado y desde la AFA querían escuchar su opinión para proyectar el futuro albiceleste. La posición es una síntesis de un grupo de futbolistas comprometido con sí mismo. Ni los sucesivos mazazos deportivos desgastaron su poder de autogestión, convencidos de un mando que nunca consideraron compartir con nadie. Dos meses más tarde de aquella expresión la selección está en crisis y, los jugadores, apuntados como los principales culpables. El paso por Córdoba dinamitó ese escenario histórico. Por primera vez se les agrietó el escudo interno. Los futbolistas entraron en pánico.
Después de una despedida del Kempes cubierta de silbidos -como jamás habían escuchado-, por fin mostraron el alma. Están asustados. Asumieron que la última oportunidad que les queda para intentar vengar su vacío de títulos, Rusia 2018, realmente corre peligro. ¿Y si no se clasifican? Es cierto que quedan 24 puntos por jugarse, muchísimo, pero si no tuercen la inercia, si Lionel Messi no llega al rescate, la posibilidad es concreta. Lo urgente es desactivar el espiral negativo. Por eso se desnudaron públicamente como nunca. Por eso Javier Mascherano aceptó el derrumbe («No vemos la luz, vamos perdiendo puntos y se va complicando la clasificación. Tengo muchísima preocupación»), por eso Ángel Di María confesó que está angustiado («No nos salen las cosas y creo que esto pasa por la cabeza. No podemos salir de este bajón. En mi club tampoco me están saliendo bien las cosas. Todo influye.»), por eso Sergio Agüero asumió que no le extrañaría no aparecer en la próxima convocatoria. Los superhéroes están espantados. El propio Kun, con una sinceridad a veces infantil, blanqueó el bloqueó psicológico: «La cabeza, como a todos, te liquida. En la entrada en calor uno sentía eso y no te hace bien. Uno se siente que es muy malo a veces cuando entra, y allá [por Manchester City] no me pasa. Algo tendré que inventar.». Al diván.
Es una generación extraña. Inclasificable. No son camarilleros ni premeditadamente destituyentes. Pero sí son lejanos y autosuficientes. Compañeros desde tiempos juveniles y amigos hace años, se convencieron de que ellos son la selección. La épica que rodeó el paso por el Mundial de Brasil 2014 confundió a algunos, hasta creer que ascendieron al bronce. Tienen el orgullo herido hace mucho y persiguen con desesperación una revancha. Por eso abandonan el confort europeo y permanecen en la selección. Por eso no renuncian. Pero insisten con la autogestión. Cerrados, como una familia impenetrable.
Jugadores que casi no hablan, con liderazgos muy concentrados en poquísimos apellidos. Demasiados silencios que condicionan a los entrenadores. Cuesta saber qué opinan, qué prefieren. Lideran para adentro, no integran a los cuerpos técnicos y así los exponen. ¿Cómo? Pequeños ejemplos. Si alguno prefiere no ir a una gira, le comunica al cuerpo técnico un malestar estomacal cuando el plantel ya se encuentra en destino; si otro prefiere no jugar el segundo partido de una serie eliminatoria para no tensar la relación con el club, lo comienza a hacer circular como rumor entre amigos mediáticos en lugar de sentarse a buscar una «salida consensuada» con el entrenador de turno. Si les incomoda el trabajo de algún integrante del cuerpo técnico, no propician un diálogo para que entre todos encuentren un espacio de comodidad y callan hasta estallar. Y entonces ya es tarde para extender la convivencia. Actúan para adentro. Quienes transitan la intimidad juran que hay que descartar malicia o animosidad, pero no pueden desconocer el rebote de sus actos. Son grandes, pisan o ya superan los 30 años. Ahora están expuestos como nunca. Mucha gente se agotó, sus nombres provocan fastidio y los sondeos los señalan como los responsables del peligro por el que atraviesa el seleccionado.
Necesitan ayuda. Necesitan límites, estructura, organización. Dejarse liderar. Confiar, delegar. Hasta ellos, estrellas indiscutidas en la elite, sin envase, sin recostarse en una conducción, protagonizan ciclos oscuros y traumáticos. Las etapas de Alfio Basile, Diego Maradona y Sergio Batista saltan a la vista. Nada es casual. Sólo con Alejandro Sabella y Gerardo Martino jugaron tres finales. Después de decenas de partidos en celeste y blanco, bien podrían distinguir qué les conviene. Tendrían que dejar de mirarse el ombligo. Claro que el entrenador debe estar dispuesto a correr el riesgo del desgaste. Por cierto, Sabella y Martino en un momento eligieron alejarse de la selección.
Una AFA dinamitada en nada ayudó en los últimos años a los técnicos de la Argentina. Recientemente, el vacío de poder, la intervención del Comité de Regularización y el casting mediático que derivó en la elección de Bauza fue el primer eslabón para condicionar al ex DT de San Lorenzo y San Pablo. Los jugadores no participan, pero escuchan y leen la situación: el Patón entró en el predio de Ezeiza debilitado. Y no tomó ninguna decisión de fondo para oxigenar un ambiente que arrastra frustraciones y áreas logísticas que hace tiempo deben reformularse.
Ahora Bauza tendrá que asumir la dificultad del momento desde sus convicciones más auténticas. Ya no puede repetir un libreto ajeno. «Con estos jugadores podemos armar este equipo», se defendió de las críticas que apuntan a que no se descubren registros de Bauza en esta selección. Y ahí está anclado uno de sus errores: con estos jugadores no se puede construir esa formación que sueña. Al menos, no con todos ni con este presente de varios. Porque si bien ante Paraguay diagramó la alineación más bauzista de su breve etapa (Mascherano y Banega eran Mercier y Ortigoza; Gaitán y Di María eran Villalba y Piatti; Agüero e Higuaín eran Mattos y Cauteruccio), la partitura requiere de intérpretes persuadidos. Si esa es la propuesta de Bauza -discutible, pero un tema secundario a esta altura-, debe elegir quirúrgicamente las piezas ideales. No lo puede marear la fascinación de un cargo que jamás se imaginó, no lo puede desbordar la posibilidad de administrar una riqueza desconocida en su carrera. No hay lugar para intocables. No hay blindaje inoxidable. No se trata de borrar intempestivamente ni desatar una caza de brujas, pero de Bauza se reclamará acción. Alguno puede faltar en la convocatoria para la próxima serie con Brasil/Colombia, otro quizá deba permanecer en el banco y también un histórico pueda ser reemplazado en los 90 minutos. Todavía Bauza no se permitió ninguna de estas opciones.
«Confío mucho en este plantel» y «Este equipo todavía tiene mucho para dar», repitió Bauza. Guardiola llegó a Manchester City y desplazó a Joe Hart y a Touré Yaya. Mourinho le mostró la salida a Schweinsteiger en el United. Tite empezó la refundación de Brasil con siete campeones olímpicos. El bien común reclama gestos. Ahora Bauza tendrá que acelerar lo que evitó al llegar. Y todos quedarán más expuestos.