El seleccionado argentino tiene la posibilidad de cortar la racha de 28 años sin títulos ante un Brasil que no es invencible: los equipos invencibles son una leyenda urbana. Pero para alcanzar la gloria será indispensable disimular al máximo las zonas débiles.
Por Walter Vargas
Ya es historia la sublime «goycocheada» de Emliano Martínez (Dibu, que le dicen) y ya es historia el paso a la primera final del venturoso ciclo del polémico y polemizado Lionel Scaloni, pero también ya es y será historia, para bien o para mal, la tenida más cinematográfica que puede ofrecer el fútbol de Sudamérica.
¿Cómo se ha llegado?
Con sufrimiento, un sufrimiento extremo por las falencias evidenciadas en Brasilia, y por lo tanto merecido, el sufrimiento, pero en todo caso no menos merecido que el desenlace, en la medida que con algunos momentos de marea alta y otros de marea baja, incluso claramente superado en prolongados lapsos de una gran Colombia, la Selección supo dar la medida en el tono emocional y en el coraje.
Corajuda esta Argentina terrenal, con sus miserias, con sus bajas de tensión; corajudo un Messi sintonizado como pocas veces se lo ha visto, corajuda una Selección que amén de sembrar lo propio, sin proponérselo ha instalado en el imaginario colectivo como la llamada a consumar una suerte de redención urgente.
Redención entendida como el rescate y la compensación de varias finales perdidas, las de las Copa América versus Chile, desde luego, pero también la que tuvo como escenario el mismo del sábado próximo en Río de Janeiro.
Son 28 ya los años sin una vuelta olímpica: ¿Qué mejor que celebrar frente a Brasil en el Maracaná?
Entretanto, en franco crepitar el minutero, las especulaciones, el partido fantaseado, imaginado, el posible, el factible, el de los imponderables, que no se caigan los anillos para admitir que el favorito será Brasil.
Messi es el gran conductor.
Messi es el gran conductor.
Por el alto piso del ciclo de Tité en sí, por plantel, por la dimensión del equipo y porque analizados todos los participantes de la Copa América, cuando jugó bien, Brasil jugó mejor que todos los demás.
Pero Brasil no es invencible: los equipos invencibles son una leyenda urbana.
Para alcanzar la gloria será indispensable, eso sí, disimular al máximo las zonas débiles, los hábitos que abren puertas peligrosas, las insuficiencias.
Emiliano Martínez el héroe de la definición.
Emiliano Martínez el héroe de la definición.
Esta es una Selección de momentos (por lo general de primeros tiempos) aunque sin la contundencia imprescindible para sacar rentas definitivas, tiene un déficit estructural en el medio campo (menos con Guido Rodríguez que con Leandro Paredes, pero siempre bajo la amenaza latente de que le quiten la pelota y no se la devuelvan hasta nuevo aviso), sin contar cierta lentitud de reacción del entrenador para meter mano en la selección de personal y del equipo mismo para recuperar confianza y determinación.
La misma Selección (cuidado con Argentina, Brasil, cuidado), que dispone de un arquero en clave estelar, del mejor jugador del planeta de gran prestación y hambre voraz, de entrega sin retaceos; de Ángel Di María como revulsivo de alta gama, de Lautaro Martínez recuperado, en racha positiva, tal vez con un Cristian Romero que representaría un notable salto de calidad en la gestión defensiva y, en definitiva, de cara a una recompensa demasiado extraordinaria como para declinar dejar sangre, sudor y lágrimas en pos de lo excepcional.