Bob Dylan, flamante Premio Nobel de Literatura, queda conmovido en 1975 tras su visita de casi cuatro horas al boxeador Rubin «Hurricane» Carter, preso desde hace ocho años en Nueva Jersey por un crimen del que se proclama inocente. «Aquí viene la historia del Huracán», canta meses después, en una de sus canciones más conocidas. La historia de otro boxeador, Johann «Rukeli» Trollman, conmueve cuatro décadas después a Darío Fó. El Nobel de Literatura de 1997, fallecido el mismo día que premiaron a Dylan, dedica a Trollman su libro póstumo, publicado cuatro meses atrás. «Razza de Zingaro» recuerda al boxeador maldecido por el nazismo por gitano, que se presentó a un combate bañado en harina y teñido de rubio, dispuesto a soportar los golpes rivales en protesta porque las autoridades le habían prohibido su estilo bailarín sobre el ring. Fó escribe y dibuja al Rukeli que fue asesinado en un campo de concentración porque no acató la orden de perder. El boxeo sigue siendo el deporte favorito también del cine. Lo confirma «Hands of Stone», el filme de Roberto «Mano de Piedra» Durán que será estrenado el 3 de noviembre próximo en Argentina. La historia del «Cholo» que amó el general Omar Torrijos cuando había que recuperar ante Estados Unidos el Canal de Panamá. El «macho» latino que destronó en 1980 al «Golden Boy» Ray Sugar Leonard. Y que, cinco meses después, renunció en plena revancha. Fue el célebre «No Más» del 25 de noviembre de Nueva Orleans que, aún hoy, filme incluído, sigue sin respuesta en la historia del boxeo.

«¿Qué pasado terrible produjo esta furiosa máquina de destrucción?», se preguntó una vez el periodista Pete Axthelm. «Hands of Stone» inicia con el niño que lustró botas y vendió diarios para llevarle dinero a su madre adolescente. Frente al barrio pobre de El Chorrillo, donde Durán nació en 1951, está el Canal de Panamá. Allí cocinaba para las tropas estadounidenses su padre mexicano, que lo abandonó cuando tenía año y medio de vida. Roberto nadaba hasta tres kilómetros diarios hasta el Fuerte Amador, por entonces una base militar yanki. Estados Unidos había construído la «Valla de la Vergüenza», un muro de separación que violaba soberanía panameña. El 9 de enero de 1964 fueron asesinados estudiantes panameños que quisieron alzar una bandera de su país. Roberto tenía 12 años cuando sucedió «El Día de los Mártires». Se trepaba a los árboles de Fuerte Amador para robar mangos y cocos. Así lo descubrió Carlos Eleta, el hombre que lo inició en el boxeo. Por aquella matanza de 1964, Panamá rompió relaciones con Estados Unidos. Torrijos, que se adueñó del poder tras un golpe de estado en 1968, logró que Estados Unidos quedara obligado a devolver el Canal en 2000. El Tratado se firmó en 1977. Roberto ya era «Mano de Piedra». Y sus peleas en Estados Unidos representaban, como se llamó un documental célebre, «Los puños de una Nación».

Fue el periodista Alfonso Castillo el que puso a Durán el apodo de «Mano de Piedra» porque «cuando pegaba destruía». Muy pocos le dicen «Manos de Piedra», con el plural del apodo inglés. «No me importa cómo me digan -expresó una vez Durán-, ‘Mano’ o ‘Manos’, me da igual, con las dos pego». «Hands of Stone», igual que el filme, se llamó también el libro de 2006 del periodista estadounidense Christian Giudice que irritó a Durán. «Dice que fumaba marihuana y nunca lo hice y que aseveré que (el general Manuel) Noriega es homosexual y eso es mentira y me compromete». Giudice, que habló con Durán en Panamá, recuerda a «Chaflán», el cómico callejero sin techo al que Roberto y otros niños adoptaron como padre. Lo acompañaban en sus piruetas, trucos y bailes que ayudaban a sobrevivir. Mano de Piedra lo invitó a su pelea de 1972 con Ken Buchanan en Nueva York, cuando ganó el primero de los cinco títulos mundiales que logró en más de cien peleas, subiendo hasta quince kilos de peso. Chaflán murió en 1979. A Durán, para no afectarlo, se lo comunicaron apenas después de otra de sus peleas más célebres, en 1979 en Nueva York, contra el mexicano Carlos Palomino. Mano de Piedra siguió peleando hasta 2001, con más de 50 años. «Viejo -fue una de sus frases más célebres- es el viento y sigue soplando».

Libro y película no logran responder por qué Durán renunció en plena revancha contra Leonard, el campeón olímpico que barrió a rusos y cubanos en los Juegos de 1976, la superestrella que sucedía la fama del gran Muhammad Alí. Mano de Piedra le quitó el invicto en la primera pelea del 20 de junio de 1980 en Montreal. «Durán -dijo Pituka Ortega Heilbron, director de Los puños de una Nación- nos mostró a los panameños que se podía, que los estadounidenses no eran superiores». «Si los países tuvieran rostro -agregó Pituka- el nuestro sería el del Cholo». Latinoamérica albergaba dictaduras y revolución sandinista en Nicaragua. Desbordado porque Durán había insultado hasta a su esposa, Leonard se equivocó al cambiar golpe por golpe. Fueron quince rounds inolvidables que sirvieron, entre otras cosas, para que Mike Tyson, que tenía 14 años, lo adoptara como su ídolo número uno. El general Torrijos le mandó un avión a Canadá y lo invitó a viajar a Cuba, para celebrar con Fidel Castro. Durán confesó a Pituka que tenía miedo de subirse al avión con Torrijos. «¿Y si los gringos le tiran un bombazo?», le preguntó. El DHC-6 de la Fuerza Aérea Panameña se estrelló al año siguiente, el 31 de julio de 1981, en medio de sospechas que apuntaban a la CIA. Torrijos, claro, iba a bordo. Ronald Reagan había asumido seis meses antes como presidente de Estados Unidos.

Mano de Piedra siguió de largo con los festejos. «Engordaba con alegría», escribió el periodista Guido Bilbao en una crónica hermosa. Eleta, sin embargo, pactó revancha inmediata para el 25 de noviembre en Nueva Orléans, apenas cinco meses después. De 1,6 millones de dólares la bolsa subió a 8 millones. Durán, que inició los entrenamientos en octubre, con 14 kilos de sobrepeso, llegó con lo justo a la balanza. Celebró comiendo bifes con papas fritas. La revancha, precedida por una magnífica versión de Ray Charles cantando sobre el ring «America, the beautiful», era mala y pareja. En el séptimo round Leonard se burló ofreciendo mentón con la guardia baja, amagando remolinos con la derecha y esquivando hasta doce golpes seguidos. Y en el octavo, apenas después de un clich, Durán, el macho latino, se dio vuelta y renunció. Insólito. El gesto pasó a la historia por una frase que Durán negó haber pronunciado: «No más». Mano de Piedra, que antes había gritado «puto» y «maricón» a Leonard, se dio vuelta diciendo «con este payaso no peleo más». Invocó luego «calambres estomacales», pero Eleta, cuenta Giúdice en su libro, lo encontró en la habitación 1843 del Hyatt Regency bebiendo, cantando y bailando, sin dolor ni arrepentimiento alguno. Lo llevó simulando urgencia a un hospital para encontrar una coartada ante los críticos. En el viaje, cuenta Eleta, Durán no paró de llorar.

«Cuando pierdes la cabeza, pierdes la mejor parte de tu cuerpo». La frase la dice Ray Arcel, el preparador que se había negado a arreglos con la mafia, que entrenó a 18 campeones mundiales y que (Eleta mediante) condujo a Durán a la gloria. «El sentido del ring es un arte», dice también Arcel en «Hands of Stone». Eleta es Rubén Blades, Durán es el actor venezolano Edgar Ramírez y Arcel es Robert de Niro, el exJake La Motta de Toro Salvaje. Leonard, interpretado por el músico Usher Raymond, contó en una biografía posterior que había sido abusado de niño y que las drogas lo perjudicaron tras su retiro. En un documental de ESPN, de la magnífica serie 30×30, el Leonard verdadero viaja hasta Panamá buscando que Durán le diga por fin por qué se retiró en Nueva Orléans. Se dio cuenta que Mano de Piedra repetiría lo de siempre. Lo abrazó y lo dejó en paz. Durán sigue viviendo en su casa de tres plantas en Panamá, que incluyó zoológico privado en sus tiempos de oro. Canta salsa cada tanto en su restaurante y viaja por el mundo firmando autógrafos, más aún después de la película, que se estrenó con éxito en Panamá, pero distó de ser un suceso en Estados Unidos. Ramírez, el actor, habló en una entrevista sobre sus largas charlas con Durán. «Lo más interesante -dice Ramírez- es lo que no dice. Sus silencios me concedieron grandes revelaciones». Es un silencio que incluye el «No más» de Nueva Orléans. El del Macho latino que, simplemente, acaso no soportó ser humillado.