«Mirá bien la jugada». Carlos Alberto, glorioso capitán de México 70, fallecido este martes a los 72 años en Río de Janeiro, me pide que preste atención. «Tostao, que era el que menos tenía que bajar, recupera cerca de nuestra área». Carlos Alberto cita luego a Clodoaldo. El cinco, el volante de más marca, que había intentado una exquisitez que había costado el empate parcial 1-1 de Italia, elude con lujo a cuatro italianos, pero sin pasar mitad de cancha, como le pedía el DT Mario Lobo Zagallo. Se la da hacia la izquierda a Rivellino, que juega recto por la banda hacia Jairzinho. «Zagallo nos había pedido en el descanso que los de adelante se movieran más, para crear espacios y confundir la marca hombre a hombre de Italia. Jairzinho se había llevado hacia la izquierda a (Giacinto) Facchetti y a mí me quedaba libre el callejón por derecha». Brasil ya ganaba 3-1 y faltaban cuatro minutos, pero Carlos Alberto comenzó a correr «a doscientos por hora porque con Pelé jugábamos de memoria en el Santos y casi ni tuvo que mirarme». Pelé la acaricia hacia la derecha, de rastrón. Un mal pique le da una altura mínima y justa a la pelota. Carlos Alberto define de primera, cruzado y fuerte. Es uno de los goles más recordados en la historia de los Mundiales. Estoy con Carlos Alberto en octubre de 2013 en su oficina de Río. Describe su gol, pero para avisarme que Brasil 70, la selección platónica, no era sólo «futebol-arte».

Al capitán orgulloso de México 70 no le gustó tener que esperar a que finalizara la entrevista previa que también habíamos pactado con Ricardo Rocha, otro excapitán, y en cuya casa, justamente, Carlos Alberto sufrió ayer el infarto fatal. Carlos Alberto volvió cinco horas después, pero no por nosotros, sino porque lo buscaba una joven colega. Terminada esa entrevista, no se alegró al ver que todavía seguíamos esperándolo en una sala contigua. «Media hora», fue lo único que logramos sacarle. Media hora precisábamos para acondicionar el ambiente para la TV. ¿Cómo lograr que no dijera basta a la tercera pregunta? Acorté tiempo confesándole gratitud eterna por aquella «selecao» que había combinado cinco números diez (Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivellino) y que había goleado en la final 4-1 a Italia. Dicho esto, le pedí entonces que me hablara de la organización interna: quién corría más, quién era el más táctico, quien daba las órdenes. Carlos Alberto comenzó a contar que Zagallo quería un bloque compacto, que Clodoaldo debía cubrir siempre sus proyecciones por el lateral derecho y que Everaldo no podía subir por el izquierdo. Que los delanteros retrocedieran juntos, frenando con falta si era necesario, para que la defensa pudiera reacomodarse.

«¿Y quién mandaba entre tantas estrellas?», insistí. «Gerson, o Papagaio», respondió. El «Papagayo» de Flamengo y Botafogo, que no paraba de hablar, me contaba Carlos Alberto, «tenía una técnica increíble, era un jugador refinado, de 29 años, con mucha experiencia y visión de juego, un maestro dentro del campo al que todos obedecíamos, Pelé incluído. Gerson me decía su idea y yo, como capitán, llamaba a los jugadores y hacíamos el cambio». Brasil ya había superado su partido clave de primera fase, un sufrido 1-0 ante Inglaterra, campeón mundial vigente, que permitía seguir jugando en Guadalajara, sin altura. A Pelé, me contó Carlos Alberto, le molestó un encontronazo de Francis Lee contra el arquero Félix. «Dejámelo», le dijo Carlos Alberto. Y devolvió la «gentileza». La semifinal contra Uruguay encontró a dos selecciones que buscaban su tercer Mundial para retener de modo definitivo la Copa Jules Rimet, como lo establecía el reglamento. Uruguay, obligado a último momento a viajar 600 kilómetros en autobús hasta Guadalajara, impuso juego duro y marca personal sobre Gerson. Fastidiado porque no podía tocar una pelota, «o Papagaio» le dijo entonces a Carlos Alberto que Clodoaldo se liberara y que él se retrasaría a su lugar. Sin marcas, Clodoaldo anotó el 1-1. Apenas terminado el primer tiempo, Zagallo encaró a Carlos Alberto dentro del campo. «¿Quién decidió el cambio?». «Gerson», respondió el capitán. «Muy bien, eso es lo que necesitamos, tomar la iniciativa», lo felicitó el DT. Brasil terminó ganando 3-1.

En la otra semifinal, Italia venía de vencer a Alemania 4-3, con cinco goles en los treinta suplementarios, «el partido del siglo», como lo llamaron algunos, una batalla «cuerpo a cuerpo», como me la definió ese mismo año Dino Zoff, arquero suplente ese día. Pero si Brasil ratificó a sus cinco números «diez», Italia, en cambio, no se animó a mantener a los dos «diez» que hicieron el milagro de esa media hora ante Alemania. Confirmó a Sandro Mazzola, pero Gianni Rivera entró sólo sobre el final. Italia, que también buscaba su propio «Tri» para retener la Copa Rimet, acusó el cansancio y terminó aplastada 4-1. Brasil tenía tantos y tan buenos jugadores en aquellos años, me dijo Carlos Alberto, que a Zagallo le resultó sencillo armar su esquema pese a que había asumido apenas tres meses antes del Mundial. Joao Havelange, entonces presidente de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD) había arriesgado contratando a Joao Saldanha, periodista polémico, con experiencia mínima como DT en el Botafogo de Garrincha campeón del ’57 y miembro activo además del Partido Comunista Brasileño (PCB), que había sido proscripto por la dictadura de Emlio Garrastazu Medici (1963-84). «Las fieras de Saldanha», como las llamó el propio DT, se clasificaron con una formación base del maravilloso Santos de Pelé, seis victorias en seis partidos, 23 goles a favor y 2 en contra. Pero Saldanha, fiel a su estilo, puso condiciones para que Pelé llegara con mejor descanso al Mundial, se negó a convocar a Darío (atacante favorito de Medici) y resolvió arma en mano alguna discusión. Havelange lo echó y entregó la selección a la dictadura.

La selección de futebol-arte fue también un equipo cooptado por los militares. El capitán del Ejército Claudio Coutinho (que luego fue DT de Brasil en el Mundial 78) agravó los informes de rutina que debía elevar a la dictadura sobre Saldanha y se sumó al nuevo cuerpo técnico encabezado por Zagallo, que ambicionaba el puesto y tenía a dos hombres suyos en el staff (el preparador físico Admildo Chirol y el médico Lidio de Toledo). Se sumó Carlos Alberto Parreira (DT campeón en el Mundial 94), formado en la Escuela de Educación Física del Ejército, igual que Chirol, que el teniente Raúl Carleso, preparador de arqueros, y que el capitán José Bonetti, supervisor. El brigadier Jerónimo Bastos fue Jefe de Delegación y el mayor Roberto Ypiranga Guaranys, torturador del régimen, Jefe de Seguridad. En aquel mismo 1970 del Tri, Angela Telma de Oliveira tenía tres años y medio cuando la dictadura ejecutó delante de ella a su padre Antonio Raymundo Lucena, analfabeto y comunista, apodado «el Doctor» por su inteligencia. Es apenas uno de los tantos testimonios de la Comisión Nacional de la Verdad sobre aquellos tiempos de fiesta y también de horror. Años de «Pra Frente Brasil».

Aquella selección del «Tri» no incluyó a Edú Antunes Coimbra, para muchos mejor defensor de Brasil en 1969, hermano del famoso Zico y también de Nando, que meses antes había sido torturado por la dictadura. A Saldanha lo echaron y a Tostao, que poco antes del Mundial había ofrecido una entrevista a Pasquim, le prohibieron que volviera a hablar de política. Pelé agradeció «honrado» al dictador Medici, que pidió que lo representara en la inauguración de la Plaza Brasil en Guadalajara. El régimen creó en 1971 el Campeonato Brasileño (llegó a tener 94 equipos en 1979, por conveniencias políticas) y construyó 52 estadios, dos de ellos con el nombre de Medici. Reinaldo, crack del Atlético Mineiro, fue jugador símbolo de protesta social ya en los ’70. Luego estuvo Sócrates y su Democracia Corintiana. Carlos Alberto, que también incursionó en política a fines de los ’80 por el Partido Democrático Trabalhista, en tiempos de Leonel Brizola, me dijo que los jugadores «adoraban» a Saldanha. Pero cree que el propio Joao complicó su permanencia. «Nuestra preocupación -me dijo evitando profundizar temas políticos- era jugar nuestro buen fútbol y darle una alegría al pueblo». Había dicho que la entrevista duraría media hora. Llevabámos casi tres horas hablando. Tuvimos que dejarlo porque se nos iba el avión. El capitán eterno amaba hablar de futebol.