Las juventudes estamos nuevamente en el centro de la discusión pública. Otra vez empujados al tironeo constante que provoca una grieta de la que no nos sentimos parte. De nuevo, somos objeto de cuestionamientos y críticas por lo que hacemos o dejamos de hacer. Señalandonos con el dedo por lo que queremos, estigmatizandonos por lo que somos, y responsabilizándonos por errores que no son nuestros.
Pero la discusión va mucho más allá, porque jamás se preguntaron en qué condiciones reales habitamos las y los jóvenes nuestros territorios a lo largo del país. Mucho menos se cuestionaron qué políticas públicas se están llevando adelante para nosotras y nosotros o cómo está impactando el covid en nuestras vidas. El relato adultocéntrico se mantiene inmaculado en las redacciones y producciones mediáticas, adorna portales de noticias y pelea por el trending topic de twitter. Pero ninguno de los hacedores de esa realidad se detiene a poner en discusión qué está pasando con las juventudes. Deserción escolar, trabajo informal, brecha digital y salud mental podrían ser algunos de los disparadores para analizar a las juventudes si verdaderamente algo se quisiera cambiar, pero no! Los titulares y editoriales ocupan horas de atención para tirarse de un lado y del otro nombres de jóvenes artistas que en el arte encontraron su punto de fuga para una realidad que muchas veces “se los lleva puestos”.
Las estadísticas de nuestro país, las letras de trap y rap hablan más de las juventudes que lo que parece interesar a algunos que viven al calor de una grieta estéril. La deserción escolar en el tiempo que llevamos de pandemia es altísima y según UNICEF el 18% de las y los adolescentes entre 13 y 17 años no contaba con acceso a internet en su hogar durante 2020 y el 37% no cuenta con dispositivos electrónicos para hacer las tareas escolares. De igual manera, el INDEC sostiene que el año pasado la pobreza alcanzó a los y las jóvenes de entre 15 y 29 años en un 49,6% y casi dos de diez jóvenes están desempleados (19,3%). La falta de un horizonte cierto, de la posibilidad de soñar, parece cada vez más borroso si se intenta analizar alguna de estas variables. Las canciones improvisadas de las y los freestyleros hablan más de esto que quienes los examinan y reprueban.
(..) Nuestra vida depende de un dedo ajeno
Nos bajan el pulgar los dueño’ del coliseo
Como no digo lo que quieren, ahora miran feo (…)*
¿Acaso de un lado o del otro escucharon alguna vez una reflexión y autocrítica acerca de la realidad que viven las juventudes en Argentina? Queda cómodo el discurso políticamente correcto que sostienen, pero a la hora de materializar los dichos hay poco y nada. Casi como en un loop la historia se repite. Una vez más, en épocas de elecciones se presenta un Consejo de Juventudes, un espacio que celebramos y fomentamos porque podría darle a las juventudes lugar y protagonismo pero que aún con esos índices no logramos superar la foto de presentación. Otra vez, al igual que en la gestión anterior, se presenta el trailer de una película que no se filma. Los índices empeoran y preocupa más el parte de prensa que las propuestas para revertirlos.
Nos tienen que escuchar porque las juventudes tenemos mucho que decir, tenemos para aportar y tenemos la necesidad, traducida en una constante demanda, de ser protagonistas de nuestra propia historia. Nosotras y nosotros, los mismos que estamos presentes en las primeras líneas de salud para hacerle frente a la pandemia, en los barrios a la hora de revolver la olla y servir los platos en los comedores o en las organizaciones sociales y políticas que trabajan para cambiar la realidad que nos los conforma. Nosotras y nosotros, que ponemos en valor la constante innovación, advertimos que el planeta no tiene futuro si el desarrollo no es ecocéntrico. Las y los que defendemos el amor como bandera, que seguimos en la lucha por la igualdad de mujeres y hombres en nuestra sociedad. Nosotras y nosotros que en todo momento estamos empujando por alcanzar esos nuevos derechos y libertades.
Nos arrastran a la pulseada de una grieta inutil, pero nosotras y nosotros no dejaremos de encontrar nuevas formas a través del arte y la política. Desde las organizaciones sociales, los barrios, las escuelas, clubes o en las calles, seguiremos con “la danza de los que resisten bailando, aunque quieran que no seamos nadie”*. Para denunciar, proponer, reflexionar y cambiar nuestra realidad, la realidad de todos y todas. Las juventudes siempre estuvimos, siempre generamos culturas alternativas que discuten las formas tradicionales, desde ahí seguiremos organizándonos y reclamando.
Es tiempo que nos den el espacio a las juventudes, las que no queremos ser parte de discusiones y peleas vacías de contenido y llenas de odios. Queremos que nos escuchen a nosotros y nosotras las que tuvimos que organizarnos en las plazas de los barrios para expresar en primera persona lo que pensamos y lo que nos pasa, y para decirle que “si ahora gritamos y cantamos en modo de protesta, es porque preguntamos bien y nadie nos dio una respuesta”.
Por: Gisel Mahmud