En 1976, la gimnasta rumana logró lo que nadie pudo jamás: un 10/10 en un certamen olímpico. Sin embargo, la presión de su entrenador, de la familia y del gobierno de Nicoale Ceascescu la llevaron a intentar quitarse la vida. Hoy, a sus 59 años, Nadia está consagrada a la enseñanza deportiva, a tareas solidarias y, fundalmentalmente, a su familia.

Por Diego Mudano

El viernes 23 de julio el mundo olímpico se vistió de gala para dar inaugurar la 32 edición de los Juegos, esta vez en Tokio. Y como suele suceder en este tipo de competencias, los sueños de los deportistas que persiguen el oro crecen al calor de la llama olímpica y se enfrentan a las expectativas que el resto del mundo les carga sobre sus espaldas, sometiendo a los atletasa un flagelo que reprimen… hasta que estalla.

Apenas cuatro días después, el primer llamado de atención apareció con nombre y apellido: Simone Biles. La estadounidense de 24 años y cuatro veces medallista de oro en Rio 2016, agobiada por la presión que sentía, abandonó el certamen final y declaró: “Tengo que concentrarme en mi salud mental”.Lo que pasó con Biles no fue más que una réplica de otros acontecimientos sucedidos en competencias de alto rendimieno.

En mayo pasado, la japonesa Naomi Osaka (número 2 del ranking mundial de tenis), cuando se disputaba el Abierto de Francia en Roland Garros, decidió no presentarse a las ruedas de prensa obligatorias tras cada partido. ¿El motivo? Ataques de pánico. Osaka -de 23 años, ganadora de cuatro Gran Slams y la única asiática en llegar a ser la mejor del mundo- reveló por la red social Twitter que sufría “largos episodios de depresión” luego del US Open del 2018, y sentía “enormes oleadas de ansiedad” en la previa antes de exponerse frente a los medios de prensa. Tal es así que no compitió en Wimbledon y si bien fue la atleta que encendió el pebetero en la inauguración de los Juegos de Tokio 2020, Osaka fue eliminada en una temprana tercera ronda.

Ante ambos casos, los memoriosos del deporte recordaron a una jovencita rumana que 45 años atrás apareció, fulgurante, en el universo olímpico.

Una tal Nadia

Corría el año 1976 y la ciudad canadiense de Montreal -sede los Juegos Olímpicos en ese momento- sería testigo de un acontecimiento deportivo sin precedentes y jamás igualado: Nadia Comaneci, una gimnasta rumana de 14 años, se convertía en la primera y única deportista de barras paralelas en lograr un 10/10, la puntuación perfecta. Todos se preguntaron quién era esa chica.

Durante su niñez, la personalidad extrovertida e inquietante que constantemente mostraba Nadia, hizo que sus padres buscaran con cierta urgencia alguna actividad deportiva que calmara las ansias de la pequeña rumana.

En una geografía como la de los Montes Cárpatos, lugar donde nació Nadia -más precisamente en la pequeña ciudad de Onesti-, con temperaturas que difícilmente superen los 6 grados en sus días más cálidos y con constantes lluvias, el deporte resulta una opción agradable para alejar el frío que cala hasta los huesos. En esa línea, y lejos de intuir el talentoso porvenir de la joven, sus padres decidieron finalmente inscribirla a clases de gimnasia.

A medida que el tiempo pasaba y Comaneci seguía practicando en barras paralelas, más confianza adquiría y mayor era la convicción que tenía sobre dedicar su vida a ese deporte. Una tarde, mientras jugaba con amigos, al mismo tiempo que demostraba sus habilidades, fue descubierta por el entrenador de gimnasia, también rumano, Bela Károlyi.

Fue en ese momento, entonces, cuando Nadia comenzó el indescifrable recorrido de una atleta de élite.

Károlyi, junto a su esposa eran incansables busca-talentos, y luego de dar con Nadia, se dedicaron plenamente a pulir ese diamante que prometía brillar por encima de cualquier expectativa. Entrenaban más de tres horas, todos los días.

El debut como deportista amateur de Nadia, amparada bajo la tutela deportiva de Bela, fue en el Campeonato Juvenil Rumano, en el año 1969. Tenía sólo con siete años de edad y alcanzó el 13er lugar. Sin embargo, lejos de frustrarse, al año siguiente regresó… ¡y ganó! Entonces comenzó una carrera siempre en ascenso, ya en categorías mayores, con medallas en torneos europeos y americanos. Claro que la gran prueba de fuego estaría en Canadá.

Para la historia

La perfección llamada Nadia

El 18 de julio de 1976,Nadia estaba con la puesta a punto ideal para desplegar todo su talento. Comenzó su rutina en las barras paralelas, deslizándose con una técnica nunca vista y movimientos tan finos que parecía una pluma atrapada por un remolino de viento. Los jueces no tuvieron otra alternativa que calificarla con un perfecto 10/10.

Comaneci llevó a Rumania 3 medallas de oro, una de plata y una de bronce. Su popularidad creció tanto como su talento, el reconocimiento -y el usufructo- por parte de las autoridades nacionales no tardó en llegar y las presiones de la prensa no podían sino afectar a una chica que apenas tenía 14 años.

Atrapada y sin salida

Sometida a un entrenamiento extremadamente duro, por el que luego acusarían a su entrenador de violencia y abuso, Nadia se encontraba agobiada por la presión. Para colmo, la separación de sus padres la privó de una contención familiar más que necesaria en esas circunstancias. En medio de ese peligroso cóctel, la medallista olímpica tuvo un intento de suicidio, aunque hay versiones que indican que fueron dos.

Luego del triste episodio, el gobierno rumano -ante la mala imagen internacional que tuvo- le aconsejó a Comaneci que se alejara del deporte por un tiempo y eso fue lo que sucedió. Sin embargo, la pasión que sentía por la gimnasia la llevó a que meses más tarde retomara la actividad.

En Rusia, más medallas

Nadia llegó a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 como una «veterana» deportista de 18 años. Y si bien no pudo repetir la máxima puntuación de Montreal en las barras paralelas -ni ella ni nadie en la historia- siguió cosechando medallas para Rumania: 2 de oro y 3 de plata (una en equipo), en los Juegos dominados netamente por los soviéticos ya que Estados Unidos -y medio centenar de países que lo siguieron, entre ellos, Argentina- los boicoteó y no participó.

El deporte se tiñó de política y Nadia se vio tironeada en medio de ese panorama y, sin quererlo, formó parte de un plan estratégico del gobierno comunista rumano para generar dinero con su imagen, al punto de organizar una gira por Estados Unidos a la que titularon “Nadia 81”. La gira tuvo un efecto boomerang para el régimen de Nicolae Ceascescu: el entrenador de Comaneci aprovechó el viaje para desertar y quedarse en territorio norteamericano y Nadia, ante el temor de que lo imitara, al regresar tuvo prohibidas las salidas de Rumania sin autorización gubernamental.

La última función y el adiós a Rumania

Nadia se retiró de la alta competición cuando todavia no había cumplido los 20 años. Su última participación en un torneo mayor fue en el Campeonato Mundial Universitario que se celebró con toda pompa en Bucarest en 1981 y, casi sin rivales de fueste, se llevó cinco medallas de oro.

Por amor a su tierra natal y para no alejarse de su familia, Nadia desoyó todas las ofertas de otros países y se quedó en Rumania -más precisamente en Onesti, en la chacra de su abuela- hasta la caída del Muro de Berlín y la debacle de Ceauscescu. En pleno caos, y a punto de cumplir 28 años, se sumó a una gran caravana que a pie cruzó la frontera hacia Hungría. Entonces apareció un viejo amigo, Constantin Panait, que había dejado Rumania para vivir en Florida, Estados Unidos. Gracias a un pedido de asilo político, Nadia llegó a la que sería su patria postiza.

No fue fácil porque Panait fue otro de los hombres que se aprovecharon de ella, usando su nombre para hacer negociados. Por suerte para Nadia, al poco tiempo se volvió a cruzar con un colega estadounidense, Bart Conner, quien leofreció a Nadia ayudarla a abrir y dirigir una escuela de gimnasia.

Bart fue el hombre que le dio estabilidad a su vida. Juntos iniciaron una empresa y una pareja que tras años de noviazgo, se casaron en Rumania, en 1994, lo que significó una definitiva reconciliación con la tierra que Nadia tanto amaba.

El presente de una estrella

Hoy, a sus 59 años y ya cómodamente radicada en el mundo de los negocios, además de gerenciar la Academia de Gimnasia Bart Conner, en Norman, Oklahoma, Nadiatambién dirige la compañía Perfect 10 Production, que organiza eventos de gimnasia artística para que las y los jóvenes de todo el mundo puedan ser vistos y catapultados a hacia una carrera con mayor contención.

Paralelamente, la madre de Dylan -de 15 años- desarrolla una gran actividad solidaria promoviendo el deporte en el mundo como embajadora del Comité Olímpico Internacional así como en otras facetas, como lo es la Asociación contra la Distrofia Muscular.

Hace pocos años le preguntaron a Comaneci qué es la perfección. Y ella respondió: «Es nunca dejar de intentar ser el mejor. Eso en gimnasia. En la vida es… Es cada vez que te esfuerzas por hacer algo que crees que es lo mejor. Eso se llama perfección para mí. No sé si fui perfecta. No quiero ser perfecta. Es mucha presión. Hoy mi única meta es mi hijo».