Bouhaddouz juega en Marruecos. Eso dice su camiseta, su escudo y su origen. Pero este delantero tanque del Saint Pauli se ocupó de derrotar a sus propios compañeros con un gol en propia puerta en el 94′ que permitió a Irán dar la primera gran sorpresa del torneo. Sorpresa porque Irán es inferior. Sorpresa porque, hasta ahora, Marruecos no había encajado ni un sólo gol en la fase de grupos. Fin a una racha de 17 partidos sin perder.

Su testarazo, inapelable, limpio y estético, tomó el rumbo equivocado. Pretendía ser un despeje. Terminó en un remate al interior de las mallas de Munir tras un saque de falta lateral de sus enemigos. La desafortunada acción provocó la euforia de Carlos Queiroz. El exentrenador portugués del Real Madrid no se creía que los suyos hubieran ganado un encuentro que dominó Marruecos, pero que ellos manejaron mejor en los momentos de sufrimiento, ahí donde los partidos suelen decidirse.

Porque el arranque de ambas mitades tuvo el color rojo de la camiseta de los Leones del Atlas. Con Amrabat desatado y Harit entrando por sorpresa, sus acercamientos generaron peligro constante en los primeros 20′ de la primera mitad. Pasado ese tiempo, Irán empezó a estirarse hasta tener una clarísima ocasión al filo del descanso. Un doble remate de Azmoun y Jahanbakhsh que evitó salvador Munir. También comenzó fuerte Marruecos la segunda mitad, pero el brío le duró mucho menos tiempo. Las lesiones cortaron el ritmo del partido hasta que el milagro llegó en la cabeza de Bouhaddouz. Juega en Marruecos, pero hoy fue, sin querer, el mayor enemigo de su propio país en un Mundial que (hasta ahora) pintaba ilusionante para los norteafricanos.