En este complejo año, el astro argentino bajó «desde otro planeta» padeciendo un aterrizaje forzoso en el mismo Barcelona que lo eyectó hacia el espacio hace 16 años.
Por Héctor Roberto Laurada
Lionel Messi descendió a la Tierra en este 2020 «desde otro planeta», ese lugar inidentificable en que lo puso el mundo del fútbol por mérito propio y excluyente y al que ahora volvió sin proponérselo, porque lo hizo padeciendo un aterrizaje forzoso en el mismo Barcelona que lo eyectó hacia ese espacio celestial hace 16 años.
Este 2020 Argentina perdió su cédula de identidad ante el mundo con la partida de Diego Armando Maradona, pero coincidentemente en este mismo año no está el Messi al que siempre le asignaron su sucesión histórica.
El tiempo del Barcelona «con Messi», que ganó todo con Josep Guardiola como entrenador, se fue desintegrando de a poco, hasta que solamente quedó él, y entonces el equipo se redefinió como el «Barcelona de Messi».
Pero esa carga ya la venía soportando desde mucho tiempo atrás «Lío» en el seleccionado argentino y, justamente, la padecía como tal conforme iban pasando los técnicos y se acumulaban las finales perdidas.
Por eso, para él resultaba liberador regresar al «Barsa» después de cada convocatoria a la selección de su país, donde, paradójicamente, vestía una camiseta albiceleste que quería (y quiere) tanto como la «blaugrana» del club español.
Lo que nunca imaginaba el rosarino era que esa carga se iba a invertir, y que lo que le iba a resultar desintoxicante sería venir al seleccionado nacional para «desenchufarse», aunque fuera por unos pocos días, para alejarse de la agobiante rutina barcelonista.
Una realidad inimaginable en sus 33 años, de los que los últimos 20 los vivió pletórico en Barcelona, su casa, ese lugar que lo protegió primero y lo lanzó a lo más alto después, y del que ahora hace hasta lo imposible por querer partir.
La recurrente falta de competitividad del equipo, que se iba avizorando en la misma medida en que se iba deteriorando el plantel con el éxodo de sus principales figuras, hasta llegar al colmo de la partida de su gran amigo, Luis Suárez, terminaron redondeando una razón principal entre tantos satélites de motivos que lo impulsaron a querer decir adiós.
Por ello, a mediados de este año, y con la inactividad prolongada que generó la pandemia de coronavirus, decidió romper lanzas y tras una inédita eliminación de la Liga de Campeones a manos del campeón, Bayern Munich, por un impactante 8 a 2, en la «burbuja» sanitaria de Portugal, envió el «telegrama de renuncia» a su empleador catalán.
El equipo alemán le extirpó la última ilusión que le quedaba en ese momento a «Lío», y a fin de año su goleador, el polaco Robert Lewandowski, le quitó el otro «órgano» que parecía tener adherido en los últimos años, hasta 2019 inclusive: el premio «The Best» al mejor futbolista «de este planeta».
Entonces aquella carta documento, denominada burofax, en la que Messi pedía ejecutar una cláusula por la que podía abandonar el club un año antes del vencimiento de su contrato en junio de 2021, se le volvió en contra, porque a través de algunos vericuetos legales la entidad presidida entonces por el ya expresidente Josep María Bartomeu consiguió invalidar esa intención y obligarlo a seguir hasta el año próximo.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso, porque precisamente desde entonces el capitán del equipo «culé» juega allí por obligación, ya que le terminaron alambrando el único lugar donde se sentía plenamente en libertad: el campo de juego.
Y eso comenzó a manifestarse partido tras partido, con un Barcelona a años luz de aquel conjunto grandioso que supo ser en los cada vez más lejanos «buenos viejos» tiempos.
Consecuentemente con ello y dentro del mismo apareció un nuevo Messi, un Messi terrenal, que ya no cosechaba y rompía récords casi cotidianamente, sino que, por el contrario, hasta registraba algunos otros negativos, como por ejemplo las 29 pelotas perdidas en un encuentro por la liga española con derrota ante Cádiz por 2 a 1.
Sus miradas perdidas, ese rictus amargo que las cámaras enfocaban en cada entrenamiento o partido con Barcelona, trocaron en sonrisas y distensión solamente durante las dos fechas FIFA del último tercio del año, cuando se puso en cuatro oportunidades la camiseta argentina para disputar las eliminatorias sudamericanas.
Allí, en el predio de AFA en Ezeiza, y durante los partidos frente a Ecuador, Bolivia, Paraguay y Perú se lo vio realmente feliz dentro de la cancha, aunque su rendimiento global no haya distado demasiado del que venía sosteniendo en Barcelona. Pero su prodigalidad y voluntad para trabajar por el equipo mostraron a un Lionel distinto al de España, un Lionel «con ganas».
Sin embargo, desde lo individual y más allá de su aporte colectivo, Messi ya no es el de antes. Como si la decepción barcelonista y los 33 años en su documento lo hayan precipitado hacia una longevidad futbolística prematura, vacía de objetivos cercanos en Barcelona.
La única terapia para recuperarse de esa depresión deportiva en el próximo año parece estar dada por esa deseada salida de uno de los dos clubes de sus amores (el otro es Newell’s, con cuya camiseta le realizó un impactante homenaje a Maradona pocos días después de su fallecimiento), algo que podrían facilitarle París Saint Germain o Manchester City, y levantar ese ansiado trofeo que se le niega con «su» selección.
Esto último podría lograrlo en la Copa América 2021 que Argentina organizará conjuntamente con Colombia y que podría ser su penúltima oportunidad de conseguir un título importante con el seleccionado mayor. Seguramente la última sería el Mundial de Qatar 2022.
«Cristiano Ronaldo es el mejor de este mundo; Messi es de otro planeta», dijo Guardiola. «Messi es de otro planeta y no hay comparación con Ronaldo», reforzó el chileno Arturo Vidal. «Messi es de otro planeta, porque el juego del fútbol es el que domina a los futbolistas, pero él es el único que domina al juego», rubricó su amigo Javier Mascherano.
Hoy Messi bajó a la Tierra. Y para mal del fútbol, parece que es para quedarse.
Fuente: Deportes Telam